Ayer falleció Teresa Ruiz de Gauna, mi profesora de Historia, una de mis profesoras favoritas del colegio.
Nos enseñó a sentetizar, a hacer buenos esquemas y a ser buenas personas. Hablaba de los hechos pasados como si estuvieran ocurriendo hoy mismo, y así nos enseñaba. Como un cuento, pero luego había que aplicar la inteligencia y la memoria con unas técnicas concretísimas. Una profesora de las que no se olvidan.
Sin embargo, yo la recuerdo muchos años antes del bachillerato, porque era de Vitoria. Y cuando yo era niña, Teresa fue la jefa de estudios, y si me encontraba por los pasillos del colegio me decía: "¡¡¡paisana!!!" Y yo me moría de la vergüenza.
Eran años en los que, si una profesora "te cogía manía", eso te daba prestigio entre las compañeras, como heridas de una guerra colegial... Pero, ¡pobre de ti si en el aire flotaba algún átomo de amenaza de predilección!
En Navidad, en el Norte, gastábamos las tardes en pasear hasta la estatua de San Prudencio en Vitoria. Había unos chalets muy bonitos, y uno, muy cerca de Ajuria Enea, pertenecía a los Ruiz de Gauna. Mi madre, rebosando buena educación, me dijo..., "¡toca el timbre para saludarla!" Recuerdo a cámara lenta mi cara de horror, el regocijo de mis primas y mis dedos temblorosos rozando la aldaba. El portón abriéndose...
Y, en el umbral de su casa, Teresa, majestuosa y sonriente, invitándonos a una merienda de tazas de chocolate como si fuera lo más normal del mundo recibir un 27 de diciembre la visita de una colegiala que acababa de suspender, como todos los años, las matemáticas.