Agosto comenzó en Logroño con una chocolatada poética en la pastelería Viena, dentro del festival Agosto Clandestino.
Yo nunca había participado en un recital de poesía maridado con chocolate, aunque esto de los maridajes gastroliterarios es muy de La Rioja, pues en varias ocasiones me ha invitado Diego Marín a las catas de vino con textos de Hemingway u otro autor que suelen organizar la UR y la editorial Buscarini en el Ateneo.
En este caso el binomio letras-dulce venía dado por la autora que iba a recitar. Sonia San Román es una poeta riojana que tiene tres libros publicados, que presentaba el último,
Anillos de Saturno, y que ha sido catalogada por la crítica como "autora agridulce", de ahí lo acertado del chocolate.
Yo no le veo nada agrio, más bien una mezcla de azúcar y pop muy moderna. Me fascinó por su capacidad de metáforas imprevistas, por cómo podía unir en un verso los sustantivos "pepino" y "Coca-cola" y sonar a música.
Entre tanda y tanda de poemas, el pastelero de Viena nos iba deleitando con distintas presentaciones del chocolate de Tanzania: primero, unas onzas simples para probar su fuerte aroma a cacao y sus matices a frutas (a moras, percibí yo); luego, un batido (casi, un chocolate de invierno, dijo el pastelero y esa definición me pareció casi poética); luego, un bombón, un helado y una construcción con aceite de oliva.
Fue algo cálido y evocador, muy íntimo a pesar de la gran afluencia (estuvimos más de cuarenta personas, que era la previsión más optimista, y algunos tuvieron que compartir helado). Sonia recitó el que es mi poema favorito de los suyos, el que acaba diciendo de modo surrealista: "mientras tanto, pides leche", que ya publiqué hace dos años en mi primera experiencia del Agosto Clandestino (
aquí), y me impresionaron otros dos poemas que me ha permitido publicar de nuevo en este espacio, con su generosidad acostumbrada:
ESCOCIA
Donde quiera que
se esté bien allí está la patria. Cicerón
Un camión cargado
de güisqui Glenffidich
nos adelanta por la derecha
en una carretera
atestada de ciervos
y de vacas con flequillo.
Suena el himno de Escocia
en la furgoneta.
Algunos dormitan,
otros miran por la ventanilla
y limpian con la manga del jersey
el vaho adherido a los cristales.
Algunos mosquitos enanos
se han pegado a su trampa
de alientos cálidos
y de gargantas heladas.
Un caza americano F-16
sobrevuela el lago
como un moscardón insolente.
Dicen que aquí repostan
para ir al Líbano
a seguir con sus asuntos.
Una niña ríe y no me molesta.
Es una novedad estar en paz
con este cuerpo que me envuelve.
Algo me sonríe entre las tripas
y me conecta a la moqueta verde
de antiguos glaciares,
a la turba que destila cascadas
de cerveza negra
y que calentará el hogar
en el invierno.
Algo me tira del centro del ombligo
y me obliga a expandirme
entre valles infinitos,
entre piedras tan viejas
como el mismo Dios.
Quizás vine a buscarle a Él
a estos parajes
donde los hombres
son más hombres
si llevan falda,
donde la tierra se cultiva
con un mimo antiguo,
donde el clan familiar
da el cobijo necesario
a los hijos que vienen.
Quién sabe si,
después de todo,
Dios no es sino
ver pastar a los ciervos
entre una fina lluvia de alfileres,
la soledad de las islas
entre el viento del norte
llamando a la ventana,
la manta de cuadros
que abriga tus tristezas,
la cerveza cremosa
en buena compañía,
las risas de los tuyos
y el corazón en calma.
(De Punto de fuga, Ed. Eclipsados 2008)
Y un poema titulado "Zapatos" que me evocó a Amalia Bautista y los pies de sus hijas:
ZAPATOS
These
boots were made for walkin'. Nancy Sinatra
Hay botas de punta fina
para los cow boys de las ciudades
que esperan al caballo de cartón
que les arranque del asfalto.
Hay zapatos de tacón de aguja
que calman la sed del fetichista
y lo dejan clavado para siempre
a los pies doloridos de su dueña.
Hay monjiles zapatitos de señoritas
calladas
que ansían, con gesto recatado,
oírlos retumbar en la tarima
de la iglesia, de camino al
matrimonio.
Hay zapatillas con cámara de aire,
de diseño ergonómico y moderno,
que hacen flotar a quien las pisa
y arruinan a quien las paga.
Hay alpargatas que se ventilan
por agujeros que la uña más gorda
ha excavado entre su tela
intentando escapar de su presidio.
Hay chanclas que se agarran a tu
dedo
y van dando aplausos por la calle
con tu talón y su escay de cuatro
duros
anunciando que estamos en verano.
Mis botas tienen punta fina
con algo de tacón para atraparte
y salir juntos lejos del bullicio
hasta la orilla del mar más lejano.
Allí, andaremos descalzos.
(De Planeta de Poliuretano,
Asociación cultural Crecida, 2005)
Más que agridulces, me parecieron versos cargados de fuerza, a veces profética, y con una extraña ternura que brillaba por dentro.