Este es mi trimestre favorito, porque comienza en verano y acaba en navidad. Quiero creer que Dios es bromista y un gran hacedor de metáforas, y ha creado este trimestre como un trasunto de esta vida, que empieza con algo bueno y termina con algo aún mejor.
Las ganas de navidad nacen aún antes de que se engalane de rojo y oro (o de azul y plata) el Corte Inglés. Cada persona tiene su termómetro, aunque por nuestra estabilidad emocional es mejor que no salten las alarmas hasta, al menos, el puente de Todos los Santos.
Hoy he sentido levantarse dentro de mí, no las ganas de navidad, es pronto aún, sino las ganas de Adviento. Con la edad provecta vas aprendiendo que la espera es casi mejor que lo esperado, y añoro esos últimos días de noviembre en los que quiero ser ya y todavía no soy. Eso que de niña despreciaba. Los últimos días antes del gran viaje.
Mientras tanto, termino un artículo, acabo un poemario, comienzo nueva asignatura, aguardo la feria del libro antiguo, preparo fin de semana en Sevilla, escucho a Javi Nieves, me enamoro un poco más de mi universidad, saco las botas grises del armario, releo a Lope de Vega y descubro a William Blake.
domingo, septiembre 30, 2012
martes, septiembre 25, 2012
Madrid, ciudad de vacaciones
Regreso por enésima vez a Madrid... y a este blog.
Ahora que Don Henry me enlaza y vuelva hablar de mi poemario (ése que estoy a punto de terminar), siento remordimientos por dejar este rincón con chimenea tan abandonado...
Para abrir boca, un pequeño texto sobre Madrid que he escrito este fin de semana. Yo no vivo en Madrid. Por eso, para mí, Madrid será siempre ciudad de vacaciones.
Madrid es amigos, es museos, es librerías, es siempre fin de semana.
Madrid es la poeta Amalia Bautista y sus hijas, Madrid es una mesa con pastas en una distinguida casa de alguna de mis tías-bisabuelas. Madrid es Jaime García-Máiquez enseñándonos El Prado, orgulloso, como si lo hubiese construido con sus dos manos poderosas.
Madrid es Franc Delgado, maquillándome en el corner Nars de Goya. Madrid es Kitty descubriendo conmigo las olorosas bombas de baño de Lush. Madrid es Koizumi en la calle Fuencarral, con bolsas y lluvia. Madrid es Mónica encandilándome con el tornasol del colorete Luster de Nars.
Madrid es enamorarme de Calderón de la Barca, de una vez y para siempre, viendo una comedia dirigida por Rafael Pérez Sierra a la tierna edad de dieciocho años. Salir del teatro diciendo "quiero hacer una tesis sobre esta maravilla", y quince años más tarde haberla publicado.
Madrid es Cantaloupe almorzando conmigo en la cafetería Avantys de General Pardiñas un viernes de cuaresma... entremés de bonito.
Ahora que Don Henry me enlaza y vuelva hablar de mi poemario (ése que estoy a punto de terminar), siento remordimientos por dejar este rincón con chimenea tan abandonado...
Para abrir boca, un pequeño texto sobre Madrid que he escrito este fin de semana. Yo no vivo en Madrid. Por eso, para mí, Madrid será siempre ciudad de vacaciones.
MADRID, CIUDAD DE VACACIONES
Madrid es amigos, es museos, es librerías, es siempre fin de semana.
Madrid es la poeta Amalia Bautista y sus hijas, Madrid es una mesa con pastas en una distinguida casa de alguna de mis tías-bisabuelas. Madrid es Jaime García-Máiquez enseñándonos El Prado, orgulloso, como si lo hubiese construido con sus dos manos poderosas.
Madrid es Franc Delgado, maquillándome en el corner Nars de Goya. Madrid es Kitty descubriendo conmigo las olorosas bombas de baño de Lush. Madrid es Koizumi en la calle Fuencarral, con bolsas y lluvia. Madrid es Mónica encandilándome con el tornasol del colorete Luster de Nars.
Madrid es enamorarme de Calderón de la Barca, de una vez y para siempre, viendo una comedia dirigida por Rafael Pérez Sierra a la tierna edad de dieciocho años. Salir del teatro diciendo "quiero hacer una tesis sobre esta maravilla", y quince años más tarde haberla publicado.
Madrid es Cantaloupe almorzando conmigo en la cafetería Avantys de General Pardiñas un viernes de cuaresma... entremés de bonito.
lunes, septiembre 03, 2012
Vino blanco de Muga
Vino blanco de Muga: una copa chispeante. De color oro pálido, muy pálido. Sin burbujas, que no es champán. Si fuera champán picaría en la garganta, y Kim Bassinger le podría decir al japonés ese de las geishas que es pis de caballo, y vaya jaleo se armaría. Y sin Bruce Willis para reconducir la situación, muy mal.
De pequeña me gustaba Bruce Willis, porque sonreía con los ojos. Mi prima y yo veíamos La jungla de cristal. Éramos adolescentes, nos pintábamos los labios de naranja neón mate. Y mi prima me dijo: cuánto más andrajoso está, más me gusta. Yo ya apuntaba maneras, me gustaba Danny el padre de Padres forzosos que se peinaba bien el pelo y sonreía, y olía a after shave cítrico, seguro. Y me encandilaban, ya, tan pronto, los trajes de corbata, esos que no le gustan nada al creador de Cobi, que en cambio admite sin rebozos que usa chaquetas de mujer. Están locos estos creativos, o yo he bebido ya la copa entera de Muga.
Pero Bruce era diferente. Perseguido por los malos, atronando cristales. La frente chamuscada, la sonrisa errante, los ojos oscurecidos por el coraje. Que sí, que también los omoplatos brillantes de sudor, la corbata transfigurada en tirachinas. Sí, señor, cuánto más guarrete más nos gustaba. Porque era como Superman. Y al final de la película volvía con su mujer, ansiosa de nuevo por lucir su apellido, y le compraría muchos armanis oscuros, ¡seguro! Pero la cara tiznada en medio de la película era la piedra angular para rendir de nuevo a su mujer. Lo importante no es el éxito, sino las manos ensangrentadas y la frente sudorosa del hombre que ha luchado para vencer: un refrán de la época de mi madre, como de fuegos de campamento. Ya he hallado la inspiración recóndita, y el quid de nuestro embobamiento. Eso, y que era Bruce Willis.
Se me ha terminado la copa de vino Muga.
De pequeña me gustaba Bruce Willis, porque sonreía con los ojos. Mi prima y yo veíamos La jungla de cristal. Éramos adolescentes, nos pintábamos los labios de naranja neón mate. Y mi prima me dijo: cuánto más andrajoso está, más me gusta. Yo ya apuntaba maneras, me gustaba Danny el padre de Padres forzosos que se peinaba bien el pelo y sonreía, y olía a after shave cítrico, seguro. Y me encandilaban, ya, tan pronto, los trajes de corbata, esos que no le gustan nada al creador de Cobi, que en cambio admite sin rebozos que usa chaquetas de mujer. Están locos estos creativos, o yo he bebido ya la copa entera de Muga.
Pero Bruce era diferente. Perseguido por los malos, atronando cristales. La frente chamuscada, la sonrisa errante, los ojos oscurecidos por el coraje. Que sí, que también los omoplatos brillantes de sudor, la corbata transfigurada en tirachinas. Sí, señor, cuánto más guarrete más nos gustaba. Porque era como Superman. Y al final de la película volvía con su mujer, ansiosa de nuevo por lucir su apellido, y le compraría muchos armanis oscuros, ¡seguro! Pero la cara tiznada en medio de la película era la piedra angular para rendir de nuevo a su mujer. Lo importante no es el éxito, sino las manos ensangrentadas y la frente sudorosa del hombre que ha luchado para vencer: un refrán de la época de mi madre, como de fuegos de campamento. Ya he hallado la inspiración recóndita, y el quid de nuestro embobamiento. Eso, y que era Bruce Willis.
Se me ha terminado la copa de vino Muga.
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