Mi padre se ha dedicado durante un tiempo a recolectar las fotos de nuestra vida, que no son pocas, escanearlas con el escáner y ordenarlas en el ordenador por años, desde los cincuenta, su niñez en Estella y Sanadrián, hasta nuestro viaje a La Palma a finales del pasado verano. Nos va documentando con sesiones que proyecta en la pared, y ahí se ve lo rubio que era, lo atractivo que llegó a ser a los veinte, los vestidos que hacía mi madre, los peinados exóticos de la época y mi pasión desaforada por el agua.
Todo lo recoge la cámara y a todo da respuestas, aparezco en columpios y campos, y en los sucesivos viajes de mis padres (Treveris, Venecia, Brujas) siempre hay castillos y catedrales góticas al fondo, ajá me digo, ya sé de dónde viene esta afición mía por las iglesias medievales. Y por los helados, y por las piscinas, todo está allí, en los primeros meses de matrimonio de mis padres.
Mis padres que parecen en las fotos de los setenta una joven pareja de intelectuales progres, con ese eterno escenario de bibliotecas y biciclatas en Münster.
lunes, abril 30, 2007
miércoles, abril 25, 2007
La luna
Eran las tres de la tarde y estaba sola en casa: el mando de la tele era mío. El mando a distancia es el símbolo perfecto del libre albedrío humano, con su carga de responsabilidad al hombro. Me debatía entre Sexo en Nueva York y uno de esos documentales científicos sobre la luna. Otra opción era apagar la tele y volver a dedicarme a Calderón de la Barca... Tras coquetear con Carrie Bradshaw y con la ciencia como el ser inconcluso que soy, me entregué a los placeres del teatro en la corte de Felipe IV. Pronto vi que no podía concentrarme: bailaba ante mis ojos una luna pálida y llena de misterio. Y de repente, zas, la inspiración:
Pide un deseo a la luna: Dios vive en ese faro tan alto y tan brillante.
Parejas sentimentales
Hace unos días me hablaba mi padre de un conocido nuestro que ha cambiado dos o tres veces de esposa y ahora camina sin rubor alguno (¿por qué iba a tenerlo?), con la cuarta elegida de su corazón. Le pregunté con una alarma irracional y femenina si el conocido proyectaba una cuarta boda. Filosóficamente negó tal posibilidad diciendo, con estilo borgiano: "espero que se dedique al fornicio y no fatigue Sacramentos ni aún registros civiles".
Me gustan las palabras de mi padre porque vienen de una época en que el lenguaje era rico y al concubinato se le llamaba concubinato. Las palabras se heredan, y mi familia hunde sus raíces en una burguesía liberal y católica cuyo refrán era: "se dice el pecado pero no el pecador".
Ahora corremos el peligro de confundir tolerancia con ambigüedad lingüística, con lo bonitos que eran los sinónimos fuertes de antaño, que sabían a sangre y a fuego, a cuerpos fundiéndose de verdad.
Me gustan las palabras de mi padre porque vienen de una época en que el lenguaje era rico y al concubinato se le llamaba concubinato. Las palabras se heredan, y mi familia hunde sus raíces en una burguesía liberal y católica cuyo refrán era: "se dice el pecado pero no el pecador".
Ahora corremos el peligro de confundir tolerancia con ambigüedad lingüística, con lo bonitos que eran los sinónimos fuertes de antaño, que sabían a sangre y a fuego, a cuerpos fundiéndose de verdad.
lunes, abril 23, 2007
Desde mi balcón
Pablo enciende un cigarrillo y un poema al mismo tiempo. Comienza el rito del recital a duo, en mi balcón que antaño tuvo flores. Nos acompañan Chopin, un cenicero y un árbol pelado que ayer estaba muerto. Primero empezaron a verdear las puntas, era un desierto verde, y ahora Pablo me dice: mira el azahar.
Es el balcón de Maite mi muñeca. Entonces era un parque, caía el sol a plomo sobre la jardinera de cactus y por debajo se oían, plaf, los baños en mi piscina. Era verano. Es verano. Maite lleva un pichi a cuadros que hizo mi madre con un retal de mi uniforme. Acabo de recogerla de la guardería y vamos al parque a beber limonada. ¿Y la señora, qué quiere? Un Vermut rojo. Ya está Maite pidiendo la aceituna.
Pasaron quince años y estoy en la terraza con Merl. Acaba de cortarse el pelo, la selvática melena negra, y parece un duende. El sol se mece por su falda y hace un guiño en los vasos de cristal. Mi padre nos hace una foto.
Otros cinco años, y Nico enciende una vela mientras elige Dire Straits de música de fondo. La noche es azul cobalto, su risa estalla en las copas. Hay un cuaderno sobre la mesa, escribimos en él, rito de paso. Y jugamos al túnel de los nombres.
Hoy Pablo lee un poema y yo otro, en el eterno desayuno del balcón. Aquí Beades y Ale cantaron soledad y silencio de no estar contigo, trajeron una guitarra y se hizo el desorden. Era la víspera de un viaje, la víspera de todos los viajes.
Es el balcón de Maite mi muñeca. Entonces era un parque, caía el sol a plomo sobre la jardinera de cactus y por debajo se oían, plaf, los baños en mi piscina. Era verano. Es verano. Maite lleva un pichi a cuadros que hizo mi madre con un retal de mi uniforme. Acabo de recogerla de la guardería y vamos al parque a beber limonada. ¿Y la señora, qué quiere? Un Vermut rojo. Ya está Maite pidiendo la aceituna.
Pasaron quince años y estoy en la terraza con Merl. Acaba de cortarse el pelo, la selvática melena negra, y parece un duende. El sol se mece por su falda y hace un guiño en los vasos de cristal. Mi padre nos hace una foto.
Otros cinco años, y Nico enciende una vela mientras elige Dire Straits de música de fondo. La noche es azul cobalto, su risa estalla en las copas. Hay un cuaderno sobre la mesa, escribimos en él, rito de paso. Y jugamos al túnel de los nombres.
Hoy Pablo lee un poema y yo otro, en el eterno desayuno del balcón. Aquí Beades y Ale cantaron soledad y silencio de no estar contigo, trajeron una guitarra y se hizo el desorden. Era la víspera de un viaje, la víspera de todos los viajes.
domingo, abril 22, 2007
Desde mi celda II: Lluvia
Desde mi casa he aprendido a ver la lluvia de un modo filosófico, porque la contemplo tras el cristal, que da un barniz de lirismo a la tarde más triste del año. Me gusta todo lo que rodea a la lluvia: cómo rezuma la tierra, cómo brotan los paraguas, uno a uno, cómo mojan las primeras gotas a la gente que aún no lo ha abierto, cómo lo va convirtendo todo en una tarde de cine, disuelve los colores imponiendo el color diagonal del cemento y el grafito. Me gusta su música de segundos entrecortados y líquidos, ¿quién necesita reloj? A última hora de la tarde se mezcla con campanas, y más allá, en tu noche, con vacas y corderos y fogones de casa rural.
Me gusta todo lo que rodea la lluvia pero así, de un modo borroso, como en sordina. Detesto la materialidad de calarme los zapatos, por eso tras el cristal saboreo mejor la tarde nublada y su incertidumbre. Hay películas que palidecerían ante un sol de primavera, y a nadie se le ocurre beber oporto en el parque, en pleno mes de abril. La lluvia invita a leer libros de lluvia, hojas de lluvia.
viernes, abril 20, 2007
Estoy en Tarragona...
...O al menos en sus muros. Según Enrique, al llegar a la ciudad la encontraron empapelada de panfletos acusadores. Los panfletos acusaban a la organización del Encuentro de haber invitado a poetas conservadores y españolistas. ¡Y me citaban a mí! El luminoso EGM, poseedor de un humor inglés del cual una es aspirante a pretendiente, decía envidiarme por este hecho. Mi madre: ¡Estás en los papeles! Y yo: ¿cuál es el milagro que me cuelgan? (Frase de los Álvarez Quintero, fruto de una tarde ya sin fiebre de lectura calmada. Ahora toso mucho más y estoy algo ronca, y de mi pecho suben sonidos de cuerda de violín, de cama antigua.)
Han tomado, para la cita, tres frases de Me gusta - No me gusta/ este mes toca, la sección itinerante que pueden ustedes ver a su... ¡derecha! De ninguna de las tres me arrepiento, porque no hieren a nadie, así que las escribo de nuevo.
No me gusta el aborto.
No me gusta el chantaje terrorista.
No me gustan los insultos indiscriminados a la iglesia Católica.
Y es que es verdad, ninguna de las tres cosas me gusta. Cualquiera puede responder en los comentarios: a mí sí. Lo más divertido del caso es que estas son las tres únicas frases políticas de mi blog más bien hobbítico... Y recordando un agudo poema de Ibáñez Langlois que recitó Enrique en noviembre, os pregunto: ¿Son las barras de labios de izquierdas o derechas? Y las chimeneas ¿qué ideología tienen? ¿A qué partido votarán las palmeras, los naranjos, las hayas de Maestu?
Han tomado, para la cita, tres frases de Me gusta - No me gusta/ este mes toca, la sección itinerante que pueden ustedes ver a su... ¡derecha! De ninguna de las tres me arrepiento, porque no hieren a nadie, así que las escribo de nuevo.
No me gusta el aborto.
No me gusta el chantaje terrorista.
No me gustan los insultos indiscriminados a la iglesia Católica.
Y es que es verdad, ninguna de las tres cosas me gusta. Cualquiera puede responder en los comentarios: a mí sí. Lo más divertido del caso es que estas son las tres únicas frases políticas de mi blog más bien hobbítico... Y recordando un agudo poema de Ibáñez Langlois que recitó Enrique en noviembre, os pregunto: ¿Son las barras de labios de izquierdas o derechas? Y las chimeneas ¿qué ideología tienen? ¿A qué partido votarán las palmeras, los naranjos, las hayas de Maestu?
jueves, abril 19, 2007
Desde mi celda I
De pequeña me daban lipotimias, o bajadas de glucosa. Solía suceder de noche: las paredes se estrechaban, los muebles crecían contra mí y la poca luz que hubiera se convertía en un dragón chino que venía a comerme. También la oscuridad era temible. Mi madre me cogía una mano, me acariciaba la frente, pero estaba muy lejos, como en una esfera distinta a la mía. La lipotimia tenía que sufrirla yo sola.
Creo que de pequeña aprendí a sufrir, el problema es que ya lo he olvidado. Rodaba de hospital en hospital y mis padres me recuerdan feliz, era un milagro diaro. Los hospitales me llegaron a resultar interesantes: en ellos conocía gente y aparatos nuevos. Sólo berreaba como un toro ante las inyecciones. Todo lo preguntaba, pero sobre todo nunca llegué a preguntarme por qué. Por eso fui feliz. Hacerse mayor es empezar a pedir cuentas.
Yo no conocía el nombre de la lipotimia: los médicos decían terrores nocturnos. Y yo le llamaba el Susto. Mis padres me llevaban a su cama, ellos debieron pasarlo mucho peor que yo: su niñita de cinco años convulsionaba y gritaba de miedo. Había en la pared del dormitorio una máscara veneciana en forma de diablo que me inspiraba auténtico pavor. Entonces cerraba los ojos y veían ante mí un enorme tablero de ajedrez, una jugada imposible.
Creo que de pequeña aprendí a sufrir, el problema es que ya lo he olvidado. Rodaba de hospital en hospital y mis padres me recuerdan feliz, era un milagro diaro. Los hospitales me llegaron a resultar interesantes: en ellos conocía gente y aparatos nuevos. Sólo berreaba como un toro ante las inyecciones. Todo lo preguntaba, pero sobre todo nunca llegué a preguntarme por qué. Por eso fui feliz. Hacerse mayor es empezar a pedir cuentas.
Yo no conocía el nombre de la lipotimia: los médicos decían terrores nocturnos. Y yo le llamaba el Susto. Mis padres me llevaban a su cama, ellos debieron pasarlo mucho peor que yo: su niñita de cinco años convulsionaba y gritaba de miedo. Había en la pared del dormitorio una máscara veneciana en forma de diablo que me inspiraba auténtico pavor. Entonces cerraba los ojos y veían ante mí un enorme tablero de ajedrez, una jugada imposible.
martes, abril 17, 2007
La neumonía ataca
Estoy, como dijo EGM, en la cama con treinta y nueve. Mi madre, a la vista del termómetro, pone cara de susto y decide ir conmigo a Tarragona, porque hablo el jueves y no puedo faltar. (www.encuentroescritores.com). Ayyy. Pido oraciones y paciencia, porque entre la fiebre y el viaje voy a abandonar este cómodo saloncito por, al menos, una semana. He tenido pesadillas toda la noche, síntoma innegable de fiebre en mí, y mientras soñaba con un autobús atestado bailaba ante mis ojos un endecasílabo que mi imaginación creó en la duermevela:
No pongas cara de zaguán recóndito.
Doctor, doctor, ¿es grave?
P.S.: Es grave, sí. Tengo neumonía. Y no voy a ir a Tarragona. Habrá que dar gracias a Dios y todo, porque cuando la médico me enseñó la fastidiosa manchita y dijo aquello de "un engrosamiento pulmonar"... Bueno, ya se ve que soy adicta al melodrama, y a Hospital central. ¡Y tuve mieditoooo!
Me han mandao reposo, pero puedo leer, ¡y puedo bloggear...! Así que aquí me tienen, para lo que quieran.
No pongas cara de zaguán recóndito.
Doctor, doctor, ¿es grave?
P.S.: Es grave, sí. Tengo neumonía. Y no voy a ir a Tarragona. Habrá que dar gracias a Dios y todo, porque cuando la médico me enseñó la fastidiosa manchita y dijo aquello de "un engrosamiento pulmonar"... Bueno, ya se ve que soy adicta al melodrama, y a Hospital central. ¡Y tuve mieditoooo!
Me han mandao reposo, pero puedo leer, ¡y puedo bloggear...! Así que aquí me tienen, para lo que quieran.
domingo, abril 15, 2007
Y... ¿porqué te gusta tanto Chesterton?
Por qué te gusta Chesterton, me preguntó mi madre con curiosidad. Vinieron a mi cabeza muchas razones, motivos filólogicos, ideológicos, sentimentales. Pude decir que Chesterton es brillante, que tiene un aura luminosa, una prosa impecable, un don para la ironía que no hiere. Es más, con GKC mi corazón hace un pacto, ya que aborrezco las polémicas y él era un hombre muy polémico. Sin embargo todos estos discursos palidecían frente a mis padres, que no fueron educados para saborear el humor inglés.
Así que les dije, sencillamente, que GKC habla de cosas que me interesan: cuentos de hadas, castillos, tabernas oscuras, amigos, vasos de leche, Alegría. Un mundo de palabras que yo amo, que desprenden un halo de belleza medieval. Ese halo que descubro también en poemas de dÓrs, cuando habla de vacas y de lluvia. Ese imán poderoso que intuyo en los arcos y espadas de Europa. Ese destello en los poemas de Beades o Joaquín Moreno, cuando se parecen a cantigas o leyendas.
Es cierto, me gusta Chesterton porque habla de las cosas que más me gustan.
Así que les dije, sencillamente, que GKC habla de cosas que me interesan: cuentos de hadas, castillos, tabernas oscuras, amigos, vasos de leche, Alegría. Un mundo de palabras que yo amo, que desprenden un halo de belleza medieval. Ese halo que descubro también en poemas de dÓrs, cuando habla de vacas y de lluvia. Ese imán poderoso que intuyo en los arcos y espadas de Europa. Ese destello en los poemas de Beades o Joaquín Moreno, cuando se parecen a cantigas o leyendas.
Es cierto, me gusta Chesterton porque habla de las cosas que más me gustan.
viernes, abril 13, 2007
Nombres
"Y nombraré las cosas", dice Eliseo Diego en uno de sus mejores poemas... Y no es broma el arte de nombrar las cosas, hay que estar atentos para adivinar el nombre oculto que las cosas y las personas tienen en su multiplicidad. Todos nacemos con unos apellidos en el Registro, pero casi siempre vienen luego los padres, los amigos, los amantes, y dejan sus huellas en tu vida bautizándote de un modo especial, y comienza así el tiovivo de los nombres, cada nombre un amor, una persona que te mira con ojos only for you.
Mi carrusel comenzó cuando apenas contaba yo meses, y mi padre me puso un nombre: Goye, mi primera palabra. Goye es nombre propio y común: designa un género, yo soy un goye, el Goye. Recuerda que para mis padres siempre seré algo pequeño y tierno. Además admite prefijos, que mi padre inventa y va escribiendo en un librito, De los nombres del Goye, cada uno con su explicación. Poegoye porque escribo poemas, Hidrogoye por mi pasión por el agua, Mugigoye por mi propensión la los mugidos en el siempre difícil desayuno...
EGM inventó para mí aquello de Llir, porque mi padre dice que yo siempre voy con un lirio en la mano (de ahí viene también Lirigoye). De mi paso por la Sociedad Tolkien conservo el honroso nombre de Adaldrida. Lord Scutum dio en nombrarme Lady Gis o Gis por una de esas historias interminables... Joaquín se refiere a mí como Ros Roris, fantástica declinación latina. Mis primas me llaman Rochipín, Espinete (¿por qué?) y El Comando Nafarroa cuando vestía, según ellas, un poco radical. Esto último se lo permito sólo gracias al cariño inquebrantable que nos une.
Mi verdadero nombre lo sabré cuando me muera: "pondré, cuando me muera, los cimientos".
Mi carrusel comenzó cuando apenas contaba yo meses, y mi padre me puso un nombre: Goye, mi primera palabra. Goye es nombre propio y común: designa un género, yo soy un goye, el Goye. Recuerda que para mis padres siempre seré algo pequeño y tierno. Además admite prefijos, que mi padre inventa y va escribiendo en un librito, De los nombres del Goye, cada uno con su explicación. Poegoye porque escribo poemas, Hidrogoye por mi pasión por el agua, Mugigoye por mi propensión la los mugidos en el siempre difícil desayuno...
EGM inventó para mí aquello de Llir, porque mi padre dice que yo siempre voy con un lirio en la mano (de ahí viene también Lirigoye). De mi paso por la Sociedad Tolkien conservo el honroso nombre de Adaldrida. Lord Scutum dio en nombrarme Lady Gis o Gis por una de esas historias interminables... Joaquín se refiere a mí como Ros Roris, fantástica declinación latina. Mis primas me llaman Rochipín, Espinete (¿por qué?) y El Comando Nafarroa cuando vestía, según ellas, un poco radical. Esto último se lo permito sólo gracias al cariño inquebrantable que nos une.
Mi verdadero nombre lo sabré cuando me muera: "pondré, cuando me muera, los cimientos".
martes, abril 10, 2007
El camino cotidiano
Me gustan las mañanas del lunes, martes y miércoles. En concreto me gusta la primera hora: salgo de mi casa a las ocho y cuarto y subo al autobús número veintisiete, en el que normalmente no cabe ni un alfiler. Me quedo amarrada al pasamanos de la puerta, espectadora de primera fila, y veo desfilar Sevilla sobre ruedas. Lo primero que ven mis ojos es que giramos por la esquina de un chalet con tres palmeras, y luego todo empieza a correr, pequeños comercios y grandes edificios: Guaumanía, Koupas, cervecería el Tremendo, el Archivo. Y todo con banda sonora, música que sólo apago cuando llegamos a la Iglesia de San Pedro, con ese azulejo tan precioso del Cristo ante Quien todo calla, "al verte tan llagado".
Luego el autobús me deja en la plaza de la Encarnación, cuya popular belleza no socava ni la seta flotante que están construyendo. Allí alargo la vista para intuir, en una milésima de segundo, la taberna Alcázares y todas las tardes con amigos. Camino por el Valle, las ventanas góticas de la calle Cuna, el McDonald, viajes Bonanza. Cruzo la calle Tetuán, alcanzo la nueva Plaza Nueva y entro en Harinas, donde me espera el Centro Norteamericano: una casa doble con un patio, una fuente y el fluir de las horas de trabajo, los ojos transparentes de Kara Stang.
Luego el autobús me deja en la plaza de la Encarnación, cuya popular belleza no socava ni la seta flotante que están construyendo. Allí alargo la vista para intuir, en una milésima de segundo, la taberna Alcázares y todas las tardes con amigos. Camino por el Valle, las ventanas góticas de la calle Cuna, el McDonald, viajes Bonanza. Cruzo la calle Tetuán, alcanzo la nueva Plaza Nueva y entro en Harinas, donde me espera el Centro Norteamericano: una casa doble con un patio, una fuente y el fluir de las horas de trabajo, los ojos transparentes de Kara Stang.
lunes, abril 09, 2007
Historia de los colores
Mi madre compró una tela para coser un vestido. La tela era de color granate: al oír la palabra granate recordé la casa de mi abuela, con su salón atestado de tapicerías, muebles buenos y abanicos en marcos vetustos. Granate es una palabra muy propia de mi abuela para designar ese color, igual que colorado, tostado y beis (no beige).
Al pensar en colores yo siempre pienso en las tonalidades de la fruta de verano, en postres golosos de invierno o en copas de licor chispeante y atemporal. Por eso prefiero designarlos con términos que aluden a sensaciones gustativas: rojo guinda, rojo vino, color grosella.
Por ejemplo nunca diré beis, que me parece un horror, sino crema, si es que tengo que nombrarlo de algún modo. Otros dicen marfil, hueso. También lo llaman champán, pero el champagne es ligero y con burbujas, y su color remite a un brillo satinado como de traje de novia, a algo que el mojigato y ramplón beis no evocará nunca: noches de lujo y copas estrelladas contra el suelo de un barco.
Y siguiendo con los colores dulces: chocolate claro, caramelo, miel. O los ácidos: pomelo rosa, lima, verde limón... Unos me traen a la mente el vaho de la ropa en la cocina, las tazas humeantes; otros me llevan al frescor de las piscinas, las tardes infinitas de verano.
Al pensar en colores yo siempre pienso en las tonalidades de la fruta de verano, en postres golosos de invierno o en copas de licor chispeante y atemporal. Por eso prefiero designarlos con términos que aluden a sensaciones gustativas: rojo guinda, rojo vino, color grosella.
Por ejemplo nunca diré beis, que me parece un horror, sino crema, si es que tengo que nombrarlo de algún modo. Otros dicen marfil, hueso. También lo llaman champán, pero el champagne es ligero y con burbujas, y su color remite a un brillo satinado como de traje de novia, a algo que el mojigato y ramplón beis no evocará nunca: noches de lujo y copas estrelladas contra el suelo de un barco.
Y siguiendo con los colores dulces: chocolate claro, caramelo, miel. O los ácidos: pomelo rosa, lima, verde limón... Unos me traen a la mente el vaho de la ropa en la cocina, las tazas humeantes; otros me llevan al frescor de las piscinas, las tardes infinitas de verano.
sábado, abril 07, 2007
Acción de gracias
Una vez hubo un amigo mío que me escribió una carta. En ella me decía que nuestra amistad era como esos tiempos heroicos de tardes doradas en el parque. Entonces sólo me fijé en los destellos románticos que desprendía esta imagen, ya que para todos aquellos que fueron felices de niños, la infancia es una Arcadia inagotable, un baúl de los recuerdos en positivo, el gran teatro del mundo.
Por eso la nostalgia es tan distinta e infinitamente mejor que la melancolía: en el siglo XIX las damas enfermaban de meláncolía, y lo que tenían en realidad, como dice mi amiga Cris, es una terrible depresión. La nostalgia te hace sonreír, recordando tiempos que no volverán, pero tiempos felices al fin y al cabo. Momentos que te pertenecen para siempre, que nadie te quitará. El baúl de los recuerdos entonces eres tú, el continente de todo contenido. Corre por nuestra sangre una muchedumbre de personas, ciudades, tardes con lluvia, amores en blanco y negro y en tecnicolor...
Esto es lo que dijo Pablo Moreno en su poema Atardecía, con esa cita genial: omnia mea mecum porto, y el verso último: nunca estaremos solos. Y todo esto decía mi amigo en una sola línea, y yo la leía con ojos cegados por el entusiasmo, la visión del mundo recién descubierto que tiembla en mi primer libro: Magia.
Han transcurrido seis años, ni muchos ni pocos. Ahora recuerdo los columpios y el sol amarillo de mi infancia, así como las últimas noches de mi vida hasta ahora, y digo: omnia mea mecum porto. Ahora lo contemplo todo y puedo decir: Todo era verdad.
Por eso la nostalgia es tan distinta e infinitamente mejor que la melancolía: en el siglo XIX las damas enfermaban de meláncolía, y lo que tenían en realidad, como dice mi amiga Cris, es una terrible depresión. La nostalgia te hace sonreír, recordando tiempos que no volverán, pero tiempos felices al fin y al cabo. Momentos que te pertenecen para siempre, que nadie te quitará. El baúl de los recuerdos entonces eres tú, el continente de todo contenido. Corre por nuestra sangre una muchedumbre de personas, ciudades, tardes con lluvia, amores en blanco y negro y en tecnicolor...
Esto es lo que dijo Pablo Moreno en su poema Atardecía, con esa cita genial: omnia mea mecum porto, y el verso último: nunca estaremos solos. Y todo esto decía mi amigo en una sola línea, y yo la leía con ojos cegados por el entusiasmo, la visión del mundo recién descubierto que tiembla en mi primer libro: Magia.
Han transcurrido seis años, ni muchos ni pocos. Ahora recuerdo los columpios y el sol amarillo de mi infancia, así como las últimas noches de mi vida hasta ahora, y digo: omnia mea mecum porto. Ahora lo contemplo todo y puedo decir: Todo era verdad.