En mi casa existe una discusión casi centenaria que se reaviva dos veces por semana aproximadamente, es decir, siempre que mi madre o yo nos disponemos a cocinar pasta.
El diálogo bipolar gira en torno al tomate frito o al aceite de oliva para acompañar los lazos, plumas o tallarines que agitan los hervores del agua en el fuego. Sé que hay más posibilidades, pero la nata y la mantequilla quedan descartadas por insanas. Y luego están las recetas surrealistas, como los espaguetis criollos al huevo y medio que inventamos Beades y yo en una cálida tarde de julio.
Ese plato consistía en cocer la pasta y luego darle el último toque en una sartén donde previamente hemos sofrito unas cebollas, tres huevos (uno y medio por cabeza), y adobo criollo, que es una mezcla de sal, ajo y orégano que compramos en Puerto Rico.
Pero, para diario, en casa hay dos opciones: tomate frito o aceite de oliva. Sin embargo, hace una semana descubrimos una forma más o menos saludable de salir del tablero de ajedrez que gobernaba nuestros platos de macarrones desde el año de Adán niño: los espaguetis a la gallinara.
Para disfrutar de esta gran receta hay que haber comido pollo el día anterior. El pollo se rellena con medio limón y se cuece en la olla con aceite, sal, un chorretón de vino y mucha, mucha, mucha cebolla. La salsa se pasa por la minipimer y siempre sobra en abundancia, esa es la maravilla.
Al día siguiente preparas tus modestos macarrones, abres la nevera y oteas el horizonte en busca del tupper con la salsa del pollo. Estará en estado sólido. Pones un cucharón sobre la pasta, y al microondas. El resultado es inefable: tus macarrones, mediterráneos a más no poder, saben a limón, a pollo y a cebolla, a guiso de la mamma.
Aclaro: soy lega en esto de la cocina. Hasta ahora "tocaba una sartén y me daba un calambre", como dice el cuñado de EGM. Pero me estoy convirtiendo: a la cocina, a la pasión del fútbol... Lo aclaro porque quizás, a lo mejor, estoy descubriendo el Mediterráneo con esta recetilla.
viernes, junio 27, 2008
El día que me hice futbolera
Salíamos de Misa en la Catedral y rodamos bajo el calor hasta el bar más cercano, que estaba lleno de gente gritona y emocionada. Había una mesa libre arramblada bajo la televisión plana, panorámica, que hacía guiños verdes de campo de fútbol. Al principio, cuando pedíamos cervezas y cocacolas, mantuvimos nuestra pose de "a nosotros qué el fútbol". Pero por una casualidad presencié en directo el primer gol, el del cero a uno, el de la esperanza. Fue tan bonito que se me llenaron los ojos de lágrimas, "si vieras tu cara ahora mismo", me decía Charo.
Todos gritaban y yo también: nunca volveré a llamar panda de desequilibrados a los que gritan viendo un partido. Con los brazos en alto, la melena recién limpia y revuelta, las mejillas rojas y la tortícolis incipiente, seguí el resto del partido minuto a minuto. Ya nadie me podía apartar de la hoguera televisiva. Me enorgullecí por lo bien que jugaban los nuestros. Sufrí con cada "¡uuuuy!", me indigné con cada falta, vibré con los dos goles que vinieron después. Un hombre borracho, entre tacos y lagrimones, bendecía con dedos temblorosos a la selección y exclamaba: "¡Que Dios sus bendiga!"
Todos gritaban y yo también: nunca volveré a llamar panda de desequilibrados a los que gritan viendo un partido. Con los brazos en alto, la melena recién limpia y revuelta, las mejillas rojas y la tortícolis incipiente, seguí el resto del partido minuto a minuto. Ya nadie me podía apartar de la hoguera televisiva. Me enorgullecí por lo bien que jugaban los nuestros. Sufrí con cada "¡uuuuy!", me indigné con cada falta, vibré con los dos goles que vinieron después. Un hombre borracho, entre tacos y lagrimones, bendecía con dedos temblorosos a la selección y exclamaba: "¡Que Dios sus bendiga!"
jueves, junio 26, 2008
Súper Galleta
Siempre me han dado un poco de pena esos niños que desayunan donuts, bollicaos o palmeritas de chocolate. En cambio, me dan envidia las personas que toman por la mañana algo distinto: tortitas con huevos revueltos en el vips, o fruta fresca y troceada, embutido y queso en un hotel de la costa.
De pequeña, en Maestu, desayunaba con mis primos un zumito de naranja y colacao con un sinfin de galletas redondas y pobres. Antes del desayuno escenificábamos un capítulo más de la grandiosa serie, "Súper Galleta". Nuestra invencible heroína se peleaba con las galletas malvadas en un duelo cósmico sobre el tazón humeante. Una a una eran derrotadas las galletas villanas, que caían en un abismo de leche y eran trituradas por la máquina del Glópita-glópita, o sea, nosotros.
Era verano. El tiempo nos pertenecía. Y Super Galleta siempre quedaba vencedora: seca y ajada, la guardábamos en el pupitre para la batalla del día siguiente. Niña, cómete la galleta. No puedo, es la protagonista de mi serie favorita.
Pero los protagonistas éramos nosotros, y no nos dábamos cuenta.
lunes, junio 23, 2008
Hormonas
"Estoy apática", digo. "Serán las hormonas", me respondes. "Las hormonas lo son todo". Las hormonas juegan malas pasadas a las mujeres. Y a los hombres, me respondes. Hormonas y hormonos.
Un anónimo o anónima me pregunta que dónde me meto. Ay. Un poco de paciencia con mis hormonas, Anónimo. ¿Dónde me meto? Ay, eso quisiera saber yo. Si me encontráis por alguna parte, llamadme al instante para decírmelo.
Y no: lo peor, peor es que no es ningún chiste de Gila.
Un anónimo o anónima me pregunta que dónde me meto. Ay. Un poco de paciencia con mis hormonas, Anónimo. ¿Dónde me meto? Ay, eso quisiera saber yo. Si me encontráis por alguna parte, llamadme al instante para decírmelo.
Y no: lo peor, peor es que no es ningún chiste de Gila.
martes, junio 17, 2008
El Podio
He decidido que voy a apartar el tema "maquillaje" de este blogg por un tiempo: es mi granito de arena para sobrevivir a la crisis. Dejaré de tentaros y dejaré de tentarme. Puedo encarar el verano sin pisar las rebajas, pues tengo protectores solares a granel, gel de aloe vera casi entero, tres cuartos de gel limpiador Cleanance, un bote de agua de rosas de Carla de Bulgaria: (son quince euros pero merecen la pena...), maquillaje en polvo Colorstay de Revlon, bronzer mosaico de Avene, un favorecedor gloss de Deborah en tono Cherry y la maravillosa barra naranja dorada de Mac.
La poesía es algo que no se compra... por más de siete euros: es el precio de las Cuatro estaciones de Cabanillas, o del Discurso de la ceniza de Pablo Moreno. Ayer me entretuve pensando en cuántas veces he nombrado aquí a mis grandes, mis maestros, mis poetas vivos preferidos. Aquellos que sin saberlo, o sabiéndolo ya, me enseñaron a escribir decentemente allá por el año dosmiluno, y siguen enseñándome.
He hecho un recuento y un ránking: aquí están los resultados. Excluyo a poetas muertos (Chesterton, Garcilaso, Machado, Lope, San Juan de la Cruz...) o a amigos de mi edad, porque de otra manera la lista sería demasiado larga.
Miguel d´Ors: 15.
Enrique García Máiquez: 9.
Jose Julio Cabanillas: 5.
Amalia Bautista: 4.
Julio Martínez Mesanza: 3.
Carmelo Guillén Acosta: 3.
José Mateos: 3.
Rafael Adolfo Téllez: 2.
Gana por goleada Miguel d´Ors: una nueva oportunidad para que los críticos saquen conclusiones. Me he dado cuenta de que no nombro en absoluto a Eloy Sánchez Rosillo: esto es un error que estoy reparando ahora, ya que su poesía me cautivó y me influyó de algún modo, sobre todo a partir de La certeza.
P.S.: La preciosa foto es del gran Toi, artista capaz de sacar brillos plateados de una piedra cualquiera (o una piel con rosácea).
jueves, junio 12, 2008
Recital en la casa del libro
Ayer, vestido con un traje gris y con sus manos de poeta, Jose Julio Cabanillas nos leyó varios fragmentos de su quinto poemario, publicado en Adonáis.
Qué elegante está Jose Julio, me dijeron cuando lo vimos llegar, y era cierto. Ya conocéis mi debilidad por los hombres con pantalón de raya, chaqueta y corbata, aunque creo que ésta última faltaba en el conjunto. El color gris sentaba muy bien a un hombre que siempre ha hablado y recitado en voz baja, que presume de peinar canas y nos muestra sus versos con pudor, ajeno a la luz tan alta que va naciendo de sus palabras en sotto voce. Ese ma non tropo que se va convirtiendo en un allegro molto vivace por obra de arte, por obra de Gracia, ya que en la poesía de Cabanillas la Gracia y el arte se dan la mano de forma tan misteriosa y bella.
Abrió el acto Carmelo Guillén Acosta, que habló de la génesis del libro y presentó con calidad y calidez al poeta. Es una maravilla ver cómo ambas virtudes se pueden conciliar, cómo estábamos congregados allí bajo un mismo fuego, lo dijo Jose Julio en el comienzo, una pequeña muchedumbre de poetas hermanos, poetas amigos, incapaces de mentirnos una sílaba.
Ana Acevedo presentó el libro y dijo con palabras sencillas lo que todos pensábamos. Yo se lo agradecí. Hablar de lo profunda y sincera que es la poesía de Cabanillas es como decir que dos y dos son cuatro, pero corremos el peligro de que nadie diga nunca en voz alta, por temor al perogrullo, que dos y dos son cuatro.
Luego recitó él. Recitó pocos poemas para mi gusto. Abrí al azar el libro y encontré un poema que recreaba el tapiz de La dama y el unicornio, tan inolvidable para mí. París, siempre al fondo. La niñez como una película que se repite y se inventa. El Cabanillas de siempre, pero dando un paso más, añadiendo tres ocuatro revelaciones a su mundo de hadas y domingos de fiesta en Benzelá.
Qué elegante está Jose Julio, me dijeron cuando lo vimos llegar, y era cierto. Ya conocéis mi debilidad por los hombres con pantalón de raya, chaqueta y corbata, aunque creo que ésta última faltaba en el conjunto. El color gris sentaba muy bien a un hombre que siempre ha hablado y recitado en voz baja, que presume de peinar canas y nos muestra sus versos con pudor, ajeno a la luz tan alta que va naciendo de sus palabras en sotto voce. Ese ma non tropo que se va convirtiendo en un allegro molto vivace por obra de arte, por obra de Gracia, ya que en la poesía de Cabanillas la Gracia y el arte se dan la mano de forma tan misteriosa y bella.
Abrió el acto Carmelo Guillén Acosta, que habló de la génesis del libro y presentó con calidad y calidez al poeta. Es una maravilla ver cómo ambas virtudes se pueden conciliar, cómo estábamos congregados allí bajo un mismo fuego, lo dijo Jose Julio en el comienzo, una pequeña muchedumbre de poetas hermanos, poetas amigos, incapaces de mentirnos una sílaba.
Ana Acevedo presentó el libro y dijo con palabras sencillas lo que todos pensábamos. Yo se lo agradecí. Hablar de lo profunda y sincera que es la poesía de Cabanillas es como decir que dos y dos son cuatro, pero corremos el peligro de que nadie diga nunca en voz alta, por temor al perogrullo, que dos y dos son cuatro.
Luego recitó él. Recitó pocos poemas para mi gusto. Abrí al azar el libro y encontré un poema que recreaba el tapiz de La dama y el unicornio, tan inolvidable para mí. París, siempre al fondo. La niñez como una película que se repite y se inventa. El Cabanillas de siempre, pero dando un paso más, añadiendo tres ocuatro revelaciones a su mundo de hadas y domingos de fiesta en Benzelá.
viernes, junio 06, 2008
Pop + Bronce = Verano
En los años ochenta, los de mi niñez, estaba muy de moda Don Algodón entre las niñas pijas y se estilaba un maquillaje "de nubes", con sombras en azul cielo, rosa bebé y amarillo pop. En los minimalistas noventa crecimos y todas juramos que aquello era una ñoñería muy hortera, pero los colores flúor vuelven y la estética pop se tiñe de nostalgia. Se convierte en un grito de alegría, una llamarada naranja en los labios y amarilla en los ojos.
Somos las que usábamos walkman, las que escuchábamos a Michael Jackson cuando era el amo de la pista. Somos las que veíamos Fragel Rock, las mismas que suspirábamos por el rubio de A-ha o el castaño de Wet wet wet. Las que contemplábamos los vídeos aquellos en los que Jason Donovan buscaba a Kylie Minogue en un paisaje de palmeras.
Quizás comprarse una sombra amarilla hoy sea como entonar un himno. Por eso hago mi peculiar homenaje a los ochenta proponiendo un look para el verano, por supuesto de Mac.
En los ojos, podemos aplicar en todo el párpado la sombra Goldmine (dorada amarilla), y combinarla con Sumptuose olive (verde dorada) a ras de pestañas y en la esquina externa del párpado móvil. Como estamos en verano, aplicaremos un colorete melocotón-bronce, el Sunbasque.
En los labios, las más atrevidas pueden encarnar el flúor power con la barra CB96, naranja con reflejos dorados. Si no te atreves, si no te parece natural, te doy otra opción: el gloss Pink Grapefruit de la colección de verano. Como su nombre indica, es entre rosa y naranja, alegre pero correcto.
Así preparo yo el escenario de un verano pop: bolsa de playa color naranja ácido, fanta de naranja Zero y tank tops llamativos para sudar un poco con el método Curves.
Somos las que usábamos walkman, las que escuchábamos a Michael Jackson cuando era el amo de la pista. Somos las que veíamos Fragel Rock, las mismas que suspirábamos por el rubio de A-ha o el castaño de Wet wet wet. Las que contemplábamos los vídeos aquellos en los que Jason Donovan buscaba a Kylie Minogue en un paisaje de palmeras.
Quizás comprarse una sombra amarilla hoy sea como entonar un himno. Por eso hago mi peculiar homenaje a los ochenta proponiendo un look para el verano, por supuesto de Mac.
En los ojos, podemos aplicar en todo el párpado la sombra Goldmine (dorada amarilla), y combinarla con Sumptuose olive (verde dorada) a ras de pestañas y en la esquina externa del párpado móvil. Como estamos en verano, aplicaremos un colorete melocotón-bronce, el Sunbasque.
En los labios, las más atrevidas pueden encarnar el flúor power con la barra CB96, naranja con reflejos dorados. Si no te atreves, si no te parece natural, te doy otra opción: el gloss Pink Grapefruit de la colección de verano. Como su nombre indica, es entre rosa y naranja, alegre pero correcto.
Así preparo yo el escenario de un verano pop: bolsa de playa color naranja ácido, fanta de naranja Zero y tank tops llamativos para sudar un poco con el método Curves.
jueves, junio 05, 2008
Flores amarillas
Comienza el calor en Sevilla y hay obras en mi jardín, que parece el Líbano en tiempos de guerra, con cascotes y césped quemado por un amago de incendio. También recuerda a la luna, en su vertiente menos romántica, de paisaje desolado.
Antes, en mi jardín, había rosas. El portero regaba las rosas rojas cada mañana, y crecían con ese lustre y ese aspecto de terciopelo que da el agua abundante. Muy rojas, soberbias, con altivez real.
Debajo de los arriates de rosas estaba el garaje, que empezó a poblarse de goteras y amenazaba ruina. Así que los porteros dejaron de regar y las rosas murieron. Durante veinte días, en las parcelas del jardín hubo sólo tierra, hierbajos y sol.
Con las últimas lluvias, crecieron porque sí diez o doce flores amarillas, completamente salvajes.
Entonces empezaron las obras, y el Líbano se instauró tras la cancela verde. Como Rafael Adolfo Téllez puedo decir: todos han muerto. Murieron las rosas rojas, murieron las flores amarillas, murió mi juventud y estoy velándola.
domingo, junio 01, 2008
Compacto con ginebra azul
Se rompió en mil pedazos mi sombra de Mac preferida: Satin taupe, marrón grisácea, la justa medida entre una mirada limpia y unos ojos ahumados...
Resbaló al impecable suelo de vinilo blanco de la biblioteca. Pensé cantarle un réquiem y reunir dieciséis euros para conseguir una sombra nueva, pero de pronto recordé unas instrucciones para compactar sombras rotas que había leído en el blog de Paupe, Beauté a porter..
Se necesita un palito, alcohol, un pedazo de cleenex y una moneda. En casa de sons, reunidas en la cocina en torno a la sombra, íbamos recolectando los ingredientes cuando nos dimos cuenta de que no teníamos alcohol de noventayséis grados. La botella de Bombay Saphire nos presidía desde la alacena...
La sombra ha queddo bien. Una heroica grieta la surca, y un ligero aroma a ginebra habla de nuestra andanza nocturna. "Huele a fiebre de sábado noche", nos dice Chus: "alcohol y maquillaje."
Resbaló al impecable suelo de vinilo blanco de la biblioteca. Pensé cantarle un réquiem y reunir dieciséis euros para conseguir una sombra nueva, pero de pronto recordé unas instrucciones para compactar sombras rotas que había leído en el blog de Paupe, Beauté a porter..
Se necesita un palito, alcohol, un pedazo de cleenex y una moneda. En casa de sons, reunidas en la cocina en torno a la sombra, íbamos recolectando los ingredientes cuando nos dimos cuenta de que no teníamos alcohol de noventayséis grados. La botella de Bombay Saphire nos presidía desde la alacena...
La sombra ha queddo bien. Una heroica grieta la surca, y un ligero aroma a ginebra habla de nuestra andanza nocturna. "Huele a fiebre de sábado noche", nos dice Chus: "alcohol y maquillaje."