Tenía doce años y mezclaba muñecas con barritas de carmín. Patrick Swayze y columpios,, polveras de rubor y bastoncillos de rojo regaliz.
El verano era un túnel de sol y de agua azul. La piscina es el túnel del tiempo siempre azul. Era pisar la hierba, los efluvios del cloro que albergaban un paraíso azul, y zambullirse en olas turquesas dando saltos.
Había flotadores, burbujas, corcho rosa, pero yo era mayor. Y como era mayor, me fascinaban los chicos del bordillo. De pie sobre un poyete, con sus trajes de baño de colores y sus ojos verdosos y su voz dulce y áspera. Era una voz de estreno, oliendo a primer día. Yo quería nadar como era siempre, bucear hacia el fondo, dejar de respirar esa felicidad extraña y torpe. Y debajo del agua las voces se escuchaban como en eco.
Subidos al poyete, presumían. Querían sumergirse en la piscina como un raro delfín, desde la altura, pero estaba prohibido. A realizar el salto tan valiente lo llamaban así: "hacer un bordillito", prohibido y deseado.
Pero él conseguía realizar la proeza y mis ojos bailaban, la alegría veloz se zambullía. Pero estaba prohibido. Luego en casa, jugando con muñecas, pensaba en esos ojos: el gesto decidido, las briznas de agua azul. Mirar como miraba también era peligro: debería prohibirse, me decía.
"briznas de agua azul"
ResponderEliminar¡me encantas!