sábado, noviembre 13, 2010

Teletransportadores supersónicos

El chocolate tiene ritmo lento: el tempo de los dedos manchados sobre el traje, de abetos navideños y tardes en Madrid. Escalones con sangre y barro negro, la búsqueda del sapo más verde de la charca, parques en primavera, no me sé la lección.
La cocacola en cambio tiene ritmo de vértigo: Tina Turner, su gesto de superwoman negra. Voy a comerme el mundo. Te metía en las venas la alegría del sol. Ya tengo doce años y el verano es lo más del universo: pelo frito, pijamas de Mafalda. Y cien gaviotas dónde irán.
La Cocacola light es un verano y un anuncio de fábula, con varias señoritas, un camión y un guaperas. El muchacho de brazos poderosos, bebiendo cocacola sin azúcar y derritiendo el tiempo. Y el calor cada vez más sofocante.
El negro pan de molde de Silueta, integral con semillas, me lleva a mis seis años alemanes. Lagos y chimeneas, ardillas, casas rojas. Era el pan de la tarde y la mujer de Otto con su pastel de nueces y manzanas.
El guacamole tuvo su momento también, y vuelve siempre: la Cantina del Carmen, mis primos en racimo, Vitoria soleada. Y siempre estoy allí: sólo cerrar los ojos y abrirlos en el verde plato nuevo.

P.S.: Hacía mucho tiempo que no escribía un proema de mi infancia, como cuando abrí el blog. Temo repetirme, pero no he podido evitarlo. En la próxima entrada, receta del guacamole sentimental.

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habla ahora o calla para siempre