En Madrid había nubes. Y museos. Y nubes dentro de los museos: nubes borradas, diluidas, impresionistas. Y también iglesias neogóticas, blancas como merengues y altas como muchachas. Con una caja dorada llena de luz donde el silencio es la gran revolución.
Y cerca, había un despacho de abogados con un cuarto para fumar con Teresa. En ese gesto raro de las mujeres, que vuelan desde Zara a Chile y a Haití, mi amiga me decía que su padre fue un señor. "El alzheimer no le borró la sonrisa. Quería tanto a mi madre que nunca la olvidó del todo."
En Madrid había calles repletas de tiendas encendidas. Había mascarillas de avena para la cara, que olían a desayuno irlandés. Había amigas que querían comprar bailarinas en Esfera. Había tiendas que se llamaban Azul de Mar, y en ella neceseres de algodón forrado con tonos tropicales, turquesa, chocolate y fucsia, que costaban cinco euros con cincuenta. Y bolsas ideales con dibujos naif de la torre Eiffel. Había barras de labios color fresa y color miel en Nars, y había también una tarde llena de diálogos efervescentes con la poeta Amalia Bautista.
Había, por último, tardes de lluvia para leer en casa, y había un manuscrito de una de mis amigas de Pampaluna, y el libro de Goethe que tenía que estudiar, brutalmente delicado. Había un coche que me traía de vuelta. Había que dormir y recordar mañana.
Y había este poema esperándote a la vuelta.
ResponderEliminarPrecioso. Esta prosa naïf me gusta mucho.
¡Vente a vivir a Madrid!
ResponderEliminarQué bien lo pasamos!!!
ResponderEliminarHermoso Rocío.
ResponderEliminarAdaldrida:
ResponderEliminar¡Felicidades! Por este y muchos otros días en los que me das la belleza de tus palabras. Hoy me he decidido a dejar de "espiarte" en silencio, a vencer esta timidez llena de admiración y darte las gracias. Un cariñoso saludo.