¿Desde cuándo te has vuelto tan ecológico?
Te lo pregunté mientras se inundaba la bañera de agua caliente. Sólo me regalo esta media hora entre espuma, aceite de lavanda y naranja dulce una vez por semana, los sábados.
Desde que soy europeo, dijiste con orgullo. Y miraste con aprensión la bañera llena de gasto energético, interrogándome: ¿a ti no te preocupa el medio ambiente?
Me puse a pensar y pensé que no era ésta la primera vez que me acusaban de no estar en la onda, de ser políticamente incorrecta. Si no votas al Pesoe ni lees el País, ¿para qué vives?, me susurraron una vez. Pensé en lo que realmente me preocupa, que el único mal verdadero es el pecado porque de él procede todo, y que yo no me siento pecadora si alguna vez se me olvida reciclar el cartón.
Te hice una lista de preocupaciones. Uno, el terrorismo. Dos, la crisis. Tres, la escalada de abortos en occidente. Cuatro, el divorcio y qué nos está ocurriendo. Cinco, el cáncer, y es que soy una aprensiva. Mejor éso que ser una desaprensiva.
Creo que el medio ambiente ocupa un sexto lugar en la escala. Y si está allí, es porque hay algo en el aire que nos envenena, nos vuelve suicidas, acerba nuestra saña, hace que cada vez vengan más niños con problemas y queramos matarlos, abre una brecha entre hombres y mujeres y, por último, provoca cáncer. Me preocupa lo que los hombres hemos hecho con el mundo y lo que este mundo puede hacer con el hombre.
viernes, octubre 31, 2008
miércoles, octubre 29, 2008
Entrada sobre Maquillaje para Koizumi y Pablo
Voy a tener que automedicarme con dos o tres meses de austeridad, porque últimamente no he parado de comprar o recibir todo tipo de maquillajes de mis dos marcas favoritas: Mac y Nars. Es verdad que casi todo han sido regalos, pero yo misma he puesto cara de perro flaco y bizco para conseguir esos regalos.
Perdí mi colorete Gina, sí, ese que compré en Paris y era el mejor del mundo mundial, en una boda en Málaga. Y mi padre estaba en algún lugar de Europa y podía conseguirlo. Así empezó todo.
En la boda de Pablo me enteré de que iba a viajar a Nueva York, donde los Múltiples de Nars son unos doce euros más baratos que en nuestras deprimidas tierras. No pude evitar encargarle el South beach, una barrita color melocotón bronce que sirve de colorete, iluminador o incluso sombra de ojos. Y de paso, el tan celebrado labial Dolcevita.
Y, de repente, surgió el delicioso viaje a Madrid. Había que visitar la calle Fuencarral, aunque me sugerí a mí misma unos sorbos de cordura. Me parece que una sombra de Nars se llama así, Cordura, pero ése es otro tema.
Lo fascinante de mi semana madrileña, aparte del aroma a lápices en la Biblioteca Nacional, fue que pude conocer a Koizumi en pleno rapto cosmético. Ella tuvo la feliz culpa de que comprase mi primera barra de labios rosita, un color que antes odiaba. Se trata del labial Angel, un rosa angelical y tierno, que tira más a bebé que a chicle, Deo gratias.
También compartió conmigo dos pigmentos de Mac, el Tan y el Green Brown, por el místico método de comprar unos tarritos de plástico en Muji y realizar un trasvase. Gracias a Dios el polvillo de los pigmentos no era blanco, porque si no, nuestros trapicheos habrían terminado en comisaría.
Todo fluye, dijo un filósofo. En el Starbucks coffee, Koizumi y yo dejamos correr las horas. Había traído sus "potis" de Nars, de los que sin duda prefiero el Lacquer Eros y el colorete Luster: son dos joyas del maquillaje. Y nos dieron las diez, y las diez y media. Ambas recordaremos aquella tarde.
El colorete Gina llegó sano y salvo a mi casa, gracias a mi padre. Es un melocotón que algunos definen como "mandarina", que alegra toda la cara iluminándola pero sin recargar, porque es mate. Y ayer se cerraba el ciclo "navidad en pleno otoño": Pablo me trajo su regalo neoyorquino en otra tarde inolvidable.
La textura del Múltiple me ha sorprendido y fascinado. Pensé que iba a ser en crema, como los Cream color base de Mac que parecen nocilla, pero no es así. El South Beach realmente tiene acabado polvo y textura polvo: no es nada graso.
Y el color... es un milagro: ni melocotón puro ni bronce puro sino una mezcla de ambos matices, el brillo que aporta no es de purpurina sino de "efecto mojado". Y no se parece en nada a los típicos bronzers, por lo que puedo darle uso en invierno. Como colorete es precioso, y como sombra realza la magia del pigmento Tan. Aquí os dejo una foto borrosa, (creo que se me da mejor describir que fotografiar...)
El Dolcevita también me ha sorprendido. En primer lugar, la textura no es tan seca como yo temía, ni huele a cera o a petróleo. No es ni color labio nude ni rojillo "boca mordida", como había leído yo muchas veces: es un rosa muy natural, que tira a frambuesa y que sublima el tono del labio, sin que parezca mordido ni desnudo. Me gusta, pero aún más me gusta el Lacquer Eros, que sí se puede definir como rojo labio mordido y que en una foto bastante fiable de Koizumi se ve así
(Por una vez, las dos primeras fotos son mías. El bodegón ha salido nítido y el "chuache", borroso: ignoro la causa. Es un símbolo de algo pero no sabemos de qué.)
viernes, octubre 24, 2008
Lápices
Había olvidado el olor de los lápices. En la sala Cervantes no se puede escribir más que con lápiz, y se oye el rumor de la mina rasgando el papel con trazos precisos, ligeros, rítmicos. Huele a los días de invierno en el colegio, con nubes de vaho en el cristal. Y colas para sacar punta a los lápices. El aroma de madera, la pasta de colores manchando el sacapuntas. Y luego volvías al pupitre con las ideas bien afiladas.
Como ahora. De tanto pasar páginas rancias con letra del siglo diecisiete, me he sumergido en la humedad del papel, templada sólo por la calidez del lápiz, los abrigos en el perchero, la calefacción. Las mejillas rojas, los caramelos de menta, la vaselina de rosas salvajes de Korres. Me la aplico con los dedos en el cuarto de baño, y tiene un ligero color fresa y un acabado transparente: por fin el ansiado efecto piruleta llegó a mi vida.
¿Has conocido a alguien?, pregunta mi prima por las noches. Ya sabes, en las bibliotecas... Me quedo pensativa, sí, he conocido un poco más a Calderón. Y me hice amiga de las guardias de seguridad. Y encontré por los pasillos a Felipe Pedraza, uno de mis calderonistas preferidos... Ella suspira con algo de decepción, cruza los dedos y espera que, en mi último día, surja de la Sala Cervantes un adonis filólogo: Lo que Calderón ha unido, que no lo separe el hombre.
Como ahora. De tanto pasar páginas rancias con letra del siglo diecisiete, me he sumergido en la humedad del papel, templada sólo por la calidez del lápiz, los abrigos en el perchero, la calefacción. Las mejillas rojas, los caramelos de menta, la vaselina de rosas salvajes de Korres. Me la aplico con los dedos en el cuarto de baño, y tiene un ligero color fresa y un acabado transparente: por fin el ansiado efecto piruleta llegó a mi vida.
¿Has conocido a alguien?, pregunta mi prima por las noches. Ya sabes, en las bibliotecas... Me quedo pensativa, sí, he conocido un poco más a Calderón. Y me hice amiga de las guardias de seguridad. Y encontré por los pasillos a Felipe Pedraza, uno de mis calderonistas preferidos... Ella suspira con algo de decepción, cruza los dedos y espera que, en mi último día, surja de la Sala Cervantes un adonis filólogo: Lo que Calderón ha unido, que no lo separe el hombre.
lunes, octubre 20, 2008
A punto de caer en la Chiclit
Lo confieso: ha sido un día agotador, de esos en los que terminas radiante de cansancio. De las diez de la mañana a las cinco de la tarde en la Biblioteca Nacional de Madrid, cotejando ediciones del siglo diecisiete. Sin poder introducir en la Sala Cervantes una triste botella de agua. Buscando una fuente que parece no existir, ¿será la de la felicidad? Envuelta en el olor de los pergaminos.
Vuelvo a la calle Goya en metro y decido visitar mis dos tiendas favoritas del Barrio de Salamanca. Primera parada: "La nave va", un puesto de los Hippies de Goya que vende anillos de madera y pulseras de cobre traídas de la India. Fin de trayecto: "Azul de mar", en la calle Francisca Moreno, llena de bolsitos-joya, muñecas rusas y anillos con piedra de cristal centelleante. Me llevo uno que resume, en su fulgor naranja, los domingos de niña en el parque, la fanta en un vaso altísimo.
Decido, también, detenerme en el Vips y hojear la revista Telva para ver si este mes merece la pena el gasto. Que sí lo merece, aunque sólo sea porque Florinda Salinas vuelve a firmar un artículo entre sus hojas. Y, de repente, me paro en la estantería de los libros más leídos, cosa que nunca suelo hacer.
Allí está. El último libro de Marian Keyes, Un tipo encantador. Cuatro mujeres se vuelven locas al enterarse de que el hombre de sus sueños se casa. Y, a mí, me invade la tentación de comprarlo y gastar el resto de la tarde leyendo algo insustancial. Y Chiclit. Y Bestseller. Todos mis demonios reunidos. Voy a la segunda página y salta a mis ojos una cita: "¿Qué? ¿Tú también? Pensaba que era el único". CS Lewis. No está tan mal, le grito en voz baja a mi conciencia: cita a Lewis. Lo que no se ve es el precio. Si cuesta menos de quince, lo compro.
Veinte euros, silabea el hombre de la sonrisa y el traje gris. Por veinte euros puedo comprar tres anillos en Azul de mar. O dos buenos poemarios en la librería del Círculo de Bellas Artes. O una entrada de teatro: aún no he visto si hay algo de la CNTC...
¿Me lo he comprado, o no? Les dejo con la duda. Continuará...
Vuelvo a la calle Goya en metro y decido visitar mis dos tiendas favoritas del Barrio de Salamanca. Primera parada: "La nave va", un puesto de los Hippies de Goya que vende anillos de madera y pulseras de cobre traídas de la India. Fin de trayecto: "Azul de mar", en la calle Francisca Moreno, llena de bolsitos-joya, muñecas rusas y anillos con piedra de cristal centelleante. Me llevo uno que resume, en su fulgor naranja, los domingos de niña en el parque, la fanta en un vaso altísimo.
Decido, también, detenerme en el Vips y hojear la revista Telva para ver si este mes merece la pena el gasto. Que sí lo merece, aunque sólo sea porque Florinda Salinas vuelve a firmar un artículo entre sus hojas. Y, de repente, me paro en la estantería de los libros más leídos, cosa que nunca suelo hacer.
Allí está. El último libro de Marian Keyes, Un tipo encantador. Cuatro mujeres se vuelven locas al enterarse de que el hombre de sus sueños se casa. Y, a mí, me invade la tentación de comprarlo y gastar el resto de la tarde leyendo algo insustancial. Y Chiclit. Y Bestseller. Todos mis demonios reunidos. Voy a la segunda página y salta a mis ojos una cita: "¿Qué? ¿Tú también? Pensaba que era el único". CS Lewis. No está tan mal, le grito en voz baja a mi conciencia: cita a Lewis. Lo que no se ve es el precio. Si cuesta menos de quince, lo compro.
Veinte euros, silabea el hombre de la sonrisa y el traje gris. Por veinte euros puedo comprar tres anillos en Azul de mar. O dos buenos poemarios en la librería del Círculo de Bellas Artes. O una entrada de teatro: aún no he visto si hay algo de la CNTC...
¿Me lo he comprado, o no? Les dejo con la duda. Continuará...
viernes, octubre 17, 2008
Infusión de caléndula
Como lo oyes. Que sí, que la caléndula es antiirritante. ¿Algo más, bonita?
Estoy detrás del mostrador, mirando con éxtasis los tintineantes frascos de cristal, potitos Bledina, aceite de argán, emulsión cincuenta más de Avéne. Me entusiasman las parafarmacias y ésta atesora un atractivo único: la línea de montes que divisamos tras el amplio ventanal. En la puerta, un cartel en vasco y en castellano dice: botiquín de Maestu. Y la farmaceútica, con su bata blanca y los zapatos de tacón alto, ha pedido a Santa Cruz de Campezu todo un lote de productos de Weleda y Caudalie.
Yo venía por un tubo de Biopel. Espera un momento. Mientras oigo sus pasos por la trastienda canturreo un poco. Intuyo el frufru del papel cebolla, envolviendo la caja de cartón. Y miro el bote de crema de caléndula, y los desodorantes citrus cien por cien naturales. No tienen sal de aluminio. A través de la ventana abierta me llega el olor de la hierba segada. Un hombre con mono azul entra en la farmacia. Huele a sudor limpio, tiene briznas verdes en la piel.
Ya está aquí. Tres con ochenta y cinco. ¿Y agua thermal de La Roche Posay tiene? No, pero tengo el agua de Caudalie, que es muy rica. Me la llevo.
Caudalie, marca de parafarmacia francesa que ha sido pionera en la Vinoterapia. Debí imaginármelo. En el bote aerosol puedo leer: Eau de Vigne. Y en alguna parte de la etiqueta: cincuenta por ciento Sauvignon. Huy. Llego a casa y me rocío la cara con ella, y entonces toda mi piel y la habitación entera desprenden un aroma de bodega en el mes de octubre.
Tendré que probar la infusión de caléndula.
P.D.: La foto es de Maestu, la encontré por internet.
martes, octubre 14, 2008
Qué nos está pasando
Imagino esta pregunta como insertada en una escena de amor o de hastío, en el cine. Él, despreocupado ya y nervioso, deseando marcharse y con la cartera en la mano, de largos dedos que juguetean impacientes. Como si la cartera negra y la corbata de ejecutivo fueran a salvar su matrimonio.
Ella, aún en bata, con el salto de cama color salmón asomándose y nada, podría bailar un tango ante sus ojos y ni se enteraría.
Él, con el pelo negro brillante de gomina, estilo italiano agresivo. Ella, con sus rizos castaños y desordenados, mimosa y egocéntrica. Porque ella es egocéntrica y él, egoista. De ese cuarto oscuro vienen todos los huracanes.
Antonio Azuaga dice que, en la actualidad, navegamos por la periferia del "yo", y el hombre es un guante del revés con los forros al aire mostrando todas las costuras del yo. Eloy Sánchez Rosillo sostiene que en realidad no conocemos nuestra alma, que está muy al fondo y sólo nos atrevemos de vez en cuando a bucear en ella. Y Santa Teresa escribió que cuando comulgamos pasan cosas grandes entre Dios y nuestra alma, que nuestros ojos torpes no pueden ver.
A veces es tan sencillo como eso: esperar el romance divino, cerrar los ojos y hacer propósito de no romper el enigma. La escena de hastío se sublima así. Él se ha marchado de casa, ella se maquilla en el espejo esquivando gotas saladas de rímel, pero ambos piensan sin darse cuenta en la noche que compartirán juntos, que fundirá dos periferias en un solo centro.
Ella, aún en bata, con el salto de cama color salmón asomándose y nada, podría bailar un tango ante sus ojos y ni se enteraría.
Él, con el pelo negro brillante de gomina, estilo italiano agresivo. Ella, con sus rizos castaños y desordenados, mimosa y egocéntrica. Porque ella es egocéntrica y él, egoista. De ese cuarto oscuro vienen todos los huracanes.
Antonio Azuaga dice que, en la actualidad, navegamos por la periferia del "yo", y el hombre es un guante del revés con los forros al aire mostrando todas las costuras del yo. Eloy Sánchez Rosillo sostiene que en realidad no conocemos nuestra alma, que está muy al fondo y sólo nos atrevemos de vez en cuando a bucear en ella. Y Santa Teresa escribió que cuando comulgamos pasan cosas grandes entre Dios y nuestra alma, que nuestros ojos torpes no pueden ver.
A veces es tan sencillo como eso: esperar el romance divino, cerrar los ojos y hacer propósito de no romper el enigma. La escena de hastío se sublima así. Él se ha marchado de casa, ella se maquilla en el espejo esquivando gotas saladas de rímel, pero ambos piensan sin darse cuenta en la noche que compartirán juntos, que fundirá dos periferias en un solo centro.
viernes, octubre 10, 2008
Descubriendo a Sánchez Rosillo
Aquella tarde había visto y oído la luz en este vídeo de Youtube.
Era ya de noche cuando nos planchamos delante de una película que ofrecía la tele. En ella, Sean Connery aparecía huraño y sabio, primero oscuro y al final lleno de luz. Son las historias que me gustan, los hombres que me gustan. Y vino a mí la vena surrealista.
- Me recuerda a Eloy Sánchez Rosillo, dije señalándole.
- ¿Sííí?, arqueaste las cejas en un signo de incrédula interrogación.
- Bueno, a mí me lo recuerda, debe ser el pelo y la barba blanca...
- ¿Tan atractivo es?
- Bueno, tiene algo.
Estás loca, me dijiste. Y luego, como si ése fuera un delito menor, me miraste recordando las alabanzas que te hice alguna vez de otros escritores, y lanzaste como un dardo la acusación definitiva:
- A ti es que te gustan todos los poetas.
viernes, octubre 03, 2008
Curso de Maquillaje en Mac
Me sentaron en una silla alta, muy alta, como de estudios cinematográficos. Frente al espejo encendido la chica me preguntó que cómo quería el maquillaje, si sofisticado o natural. Lo quiero natural, le dije, pero con ojos ahumados, si puede ser en azul. Nos reímos ambas ante mi paradoja.
En la mesita iba colocando, uno a uno, los botecitos que iba a usar conmigo, como en un ritual, mientras bisbiseaba. Esto, lo otro... Quiero probar el Prep + Prime con factor cincuenta, sugerí. Ya, ya pensaba ponértelo.
El curso es individual, durante una hora dispones de una maquilladora solita para ti. Ella te pinta media cara impartiendo consejos y tú debes pintarte la otra mitad emulando su depurada técnica. Es agotador, divertido y fascinante.
Todo comenzó con el contorno de ojos. El de Mac tiene cafeína (ingrediente de moda en el cuidado de la piel), y promete un efecto flash que cumple con creces. Tras una crema hidratante sin aceite, aplicó el deseado Prep + Prime con pincel. Se trata de un primer, es decir, un producto que prepara el lienzo para trabajar en él, matiza brillos, rojeces y líneas de expresión. Aún no me he vuelto tan pija como para que estos cantos de sirena me tienten, pero es que este preparador de Mac es a la vez un protector solar muy alto, de textura translúcida y ligera, que no deja la cara blanquecina. Es el milagro que yo necesitaba.
¿Qué he aprendido en esta lección magistral? A utilizar los pinceles: trazos cortos y precisos en el corrector, suaves y largos en la base. A aplicar menos cantidad de la que yo solía usar. A elegir los colores adecuados para borrar ojeras.
Yo no padezco de este mal, afortunadamente, pero para que mi reportaje fuera completo, le pregunté. Me dijo que para ojeras azuladas van bien los pigmentos amarillos, pero que si el tono del párpado inferior es más bien gris, se necesita un corrector naranja. Sí, naranja. Ya se lo había oído a Flopsy, una maquilladora del foro Vogue. Pude confirmar una vieja idea mía: está prohibido poner corrector verde en la cara. Siempre queda raro. Las rojeces se neutralizan con pigmentos amarillos.
En mis ojos mezcló dos sombras que ya tengo, porque me encantan, así que me enseñó a sacar partido a mis propias pinturas. Difuminando un azul eléctrico en la esquina externa y un gris plata en todo el párpado móvil y trazando con la mítica Carbón una raya a ras de pestañas consiguió el look smokey blue que yo estaba buscando. Ella bajaba los ojos para trabajar y yo debía mantenerlos abiertos: nos mirábamos. Llevas puesta la Satin Taupe, ¿verdad? ¿Cómo lo sabes? Bajé la vista como una colegiala: es mi sombra preferida, la primera que compré. Aquellas navidades en Madrid...
También he aprendido algo en el manejo del colorete. Con la brocha en diagonal, comenzando casi en la oreja y difuminando mucho, logró que pareciera que el rubor me nacía bajo la piel. Usó un colorete precioso, el Dame: rosa apagado y muy favorecedor.
Mientras volvía a casa en autobús me sentía cómoda, no disfrazada. Y la luz entraba a raudales. Y nadie se quedó mirándome, porque no era para tanto, pero un chico me sonrió. Era lo que yo quería.
En la mesita iba colocando, uno a uno, los botecitos que iba a usar conmigo, como en un ritual, mientras bisbiseaba. Esto, lo otro... Quiero probar el Prep + Prime con factor cincuenta, sugerí. Ya, ya pensaba ponértelo.
El curso es individual, durante una hora dispones de una maquilladora solita para ti. Ella te pinta media cara impartiendo consejos y tú debes pintarte la otra mitad emulando su depurada técnica. Es agotador, divertido y fascinante.
Todo comenzó con el contorno de ojos. El de Mac tiene cafeína (ingrediente de moda en el cuidado de la piel), y promete un efecto flash que cumple con creces. Tras una crema hidratante sin aceite, aplicó el deseado Prep + Prime con pincel. Se trata de un primer, es decir, un producto que prepara el lienzo para trabajar en él, matiza brillos, rojeces y líneas de expresión. Aún no me he vuelto tan pija como para que estos cantos de sirena me tienten, pero es que este preparador de Mac es a la vez un protector solar muy alto, de textura translúcida y ligera, que no deja la cara blanquecina. Es el milagro que yo necesitaba.
¿Qué he aprendido en esta lección magistral? A utilizar los pinceles: trazos cortos y precisos en el corrector, suaves y largos en la base. A aplicar menos cantidad de la que yo solía usar. A elegir los colores adecuados para borrar ojeras.
Yo no padezco de este mal, afortunadamente, pero para que mi reportaje fuera completo, le pregunté. Me dijo que para ojeras azuladas van bien los pigmentos amarillos, pero que si el tono del párpado inferior es más bien gris, se necesita un corrector naranja. Sí, naranja. Ya se lo había oído a Flopsy, una maquilladora del foro Vogue. Pude confirmar una vieja idea mía: está prohibido poner corrector verde en la cara. Siempre queda raro. Las rojeces se neutralizan con pigmentos amarillos.
En mis ojos mezcló dos sombras que ya tengo, porque me encantan, así que me enseñó a sacar partido a mis propias pinturas. Difuminando un azul eléctrico en la esquina externa y un gris plata en todo el párpado móvil y trazando con la mítica Carbón una raya a ras de pestañas consiguió el look smokey blue que yo estaba buscando. Ella bajaba los ojos para trabajar y yo debía mantenerlos abiertos: nos mirábamos. Llevas puesta la Satin Taupe, ¿verdad? ¿Cómo lo sabes? Bajé la vista como una colegiala: es mi sombra preferida, la primera que compré. Aquellas navidades en Madrid...
También he aprendido algo en el manejo del colorete. Con la brocha en diagonal, comenzando casi en la oreja y difuminando mucho, logró que pareciera que el rubor me nacía bajo la piel. Usó un colorete precioso, el Dame: rosa apagado y muy favorecedor.
Mientras volvía a casa en autobús me sentía cómoda, no disfrazada. Y la luz entraba a raudales. Y nadie se quedó mirándome, porque no era para tanto, pero un chico me sonrió. Era lo que yo quería.
miércoles, octubre 01, 2008
Unas gotas de alcohol
Ayer en la sobremesa me sentí libre, con espíritu aventurero y afán explorador. Este viento un poco hippy que me había invadido, tan rápida y silenciosamente, soplaba en una única dirección: la del mueble bar. Como beber no es mi costumbre, mis familiares me miraban escépticos, pero pronto encontré la botella, al fondo y entre el ruido centelleante de cristales.
Hace siete días, mi tía Ana y yo nos deslizábamos por la calle Amor de Dios, de la que nadie me separará. Me compré un monedero al estilo de las pitilleras lady: un poco alargado, con aire retro, de boquilla metálica y estampado liberty. Amor de Dios guarda tesoros entre discos de vinilo y faldas de algodón orgánico, y guarda también mi tienda favorita de Sevilla: Isbilia, repleta de máscaras y espejos y zapatos sixties y anillos de ámbar.
Ayer acariciaba aquella tarde como una pompa de jabón: el amago de lluvia nos brindaba un aire surrealista de fin de película. También vino a mí aquel sábado en Ronda, la mezcla de lima y hierbabuena. Ese olor verde y ácido que recuerda al alma dormida, aviva el seso y despierta.
Como tenía yo en casa ambos ingredientes, quise decorar con ellos un vaso. Y esa fue la chispa, el tobogán por el que bulle, maliciosa, la imaginación. Con qué llenar el vaso, ahora que chispea la lima y me hace guiños verdes. Sobre la fruta flotaba ya un timorato refresco de limón, pero la tarde pedía unas gotas de algo un poco más fuerte. Y me cosquilleaba en la oreja la voz de un pianista que una vez me dijo: "¡Tanqueray!"
Hace siete días, mi tía Ana y yo nos deslizábamos por la calle Amor de Dios, de la que nadie me separará. Me compré un monedero al estilo de las pitilleras lady: un poco alargado, con aire retro, de boquilla metálica y estampado liberty. Amor de Dios guarda tesoros entre discos de vinilo y faldas de algodón orgánico, y guarda también mi tienda favorita de Sevilla: Isbilia, repleta de máscaras y espejos y zapatos sixties y anillos de ámbar.
Ayer acariciaba aquella tarde como una pompa de jabón: el amago de lluvia nos brindaba un aire surrealista de fin de película. También vino a mí aquel sábado en Ronda, la mezcla de lima y hierbabuena. Ese olor verde y ácido que recuerda al alma dormida, aviva el seso y despierta.
Como tenía yo en casa ambos ingredientes, quise decorar con ellos un vaso. Y esa fue la chispa, el tobogán por el que bulle, maliciosa, la imaginación. Con qué llenar el vaso, ahora que chispea la lima y me hace guiños verdes. Sobre la fruta flotaba ya un timorato refresco de limón, pero la tarde pedía unas gotas de algo un poco más fuerte. Y me cosquilleaba en la oreja la voz de un pianista que una vez me dijo: "¡Tanqueray!"