lunes, septiembre 29, 2008
Flashback en la lluvia
Octubre comienza, y pronto empezaré a deslizarme dulcemente hacia el Adviento, hacia el aroma del humo, hacia mis sueños parisinos que se diluyen a medida que arrecia la crisis. Adios, Dama del Unicornio. Adios, ignorado colorete de Nars. Adios, calles llovidas, piedras decimonónicas. Os doy el pésame en mi pensamiento, donde todo duele, donde todo es real.
Este domingo de lluvia me lleva a la orilla de mis domingos en Pampaluna. La radio en la cocina, la luz en los visillos. El gato en un rincón, jugando con una bola que tenía luz por dentro. Fluorescente, que significa "iluminado por dentro".
El tiempo no existía. Las horas fluían líquidas entre las sábanas blancas, y luego en la cocina, con el runrún acogedor de la radio. Si hacía sol, me imaginaba un limonero plantado en las baldosas. Visitado por la luz vertical de los cristales. Si llovía, me veía en medio de la eterna lluvia de París.
Y luego me demoraba en el Obrador, que olía a café y a bollos, a frío amortiguado y a leña. Con una enorme revista en el regazo. A la una y media, misa en Santa Vicenta María, con aquel coro que tocaba una música como de Navidad en el medievo, y salmodiaba aquella letanía consoladora: "nada nos separará del amor de Dios". Música sobre música.
P.S.: El cuadro es de Merl.
domingo, septiembre 21, 2008
Tejados y caipirinha
Para Lalo y María
"Hace sol y viento, pero va a llover". Digo, y salgo a la terraza. Estoy en Ronda y me invade la visión de los tejados con el fondo de árboles y rocas. La torre de alguna iglesia. Y, en primer plano, un estanque con peces naranjas. Es que, si no pones peces en un estanque, se te llena de insectos, me dices tú. El sol se va enfriando como en una película de terror, el cuento de Caperucita. Y se hizo de noche en el bosque... El sol, cada vez más pequeño y naranja, forma un pliegue en el visillo y alguien enciende la tele. Ya son las ocho.
Cenamos bacalao al pil pil, arroz con pasas y caipirinha. La caipirinha, como el tequila, tiene su rito. La lima verde, ácida y fresca, se cubre de azúcar y se muele con un mortero. Después se completa el vaso alto, de cristal grueso, con hielo picado a mano. Y, al final, un golpe de limonada, dos hojas de hierbabuena y un trago de vodka. En verdad es con Cachaça, aclaras con honradez. Pero no me importa. La habitación se ha ido llenando, lentamente, de sol y burbujas verdes lima.
"Hace sol y viento, pero va a llover". Digo, y salgo a la terraza. Estoy en Ronda y me invade la visión de los tejados con el fondo de árboles y rocas. La torre de alguna iglesia. Y, en primer plano, un estanque con peces naranjas. Es que, si no pones peces en un estanque, se te llena de insectos, me dices tú. El sol se va enfriando como en una película de terror, el cuento de Caperucita. Y se hizo de noche en el bosque... El sol, cada vez más pequeño y naranja, forma un pliegue en el visillo y alguien enciende la tele. Ya son las ocho.
Cenamos bacalao al pil pil, arroz con pasas y caipirinha. La caipirinha, como el tequila, tiene su rito. La lima verde, ácida y fresca, se cubre de azúcar y se muele con un mortero. Después se completa el vaso alto, de cristal grueso, con hielo picado a mano. Y, al final, un golpe de limonada, dos hojas de hierbabuena y un trago de vodka. En verdad es con Cachaça, aclaras con honradez. Pero no me importa. La habitación se ha ido llenando, lentamente, de sol y burbujas verdes lima.
viernes, septiembre 12, 2008
Estuve en Fuencarral
Es cierto, estuve en Fuencarral. Es curioso lo que pasa con algunos planes: de tanto pensarlos y amasarlos en tu cabeza crees que nunca sucederán. Y ocurren de pronto, al pronto, cuando casi te habías olvidado de ellos.
He soñado con la calle Fuencarral desde que me hice adicta a las sombras de Mac y desde que olí por vez primera el bodymilk de vainilla y canela de Korres, pues ambas marcas míticas han instalado allí sus buques insignias, tiendas para perderse. Tenía una tarde libre en Madrid, Ekseption ya no vende Nars (me quedé sin probar el colorete Luster y el labial Dolce vita), y casi sin pensarlo, estaba cerrando la portezuela de un Taxi.
Fuencarral, ¿qué número?, pregunta el taxista. Ah, no sé, es donde están muchas perfumerías. El hombre se vuelve hacia mí con un poco de zumba en los ojos. Oye, yo no sé nada de perfumerías, y la calle Fuencarral es muy larga... Pues me deja en un extremo y ya investigaré. La recorro. Me viene bien andar. Le veo sonreír mientras murmura: mujeres... Se lo he puesto fácil.
La tienda profesional de Mac es más pequeña de lo que pensaba, pero tiene de todo. Es perfecta para cotillear: allí me entero de que, afortunadamente, van a dejar estable la colección de sombras minerales que no he podido ver. Llegará en octubre para quedarse. Me mancho llos labios con las barras Plum Dandy y Freency, y al final no me decido por ninguna de las dos. Pruebo en vivo y en directo los pigmentos famosos: son demasiado sofisticados para mí. Aunque me tienta uno plateado y otro azul noche, Naval blue. Muy bonito, pero no sabría utilizarlos. Paso de largo por el mostrador de las bases, detesto los maquillajes fluídos de Mac. Termino comprando una paleta de cuatro sombras "personalizada": tú eliges las que quieres. Pedí un clásico, Knight divine, un azul profundo y eléctrico, Deep Truth, y dos tonos de moda en este otoño: Silver ring y Honey lust, oro y plata.
En Korres me esperaba una sorpresa: los lápices de ojos, a ocho noventa, más baratos que en Bourjois. Pensé que una firma de cosmética natural, griega y de culto, iba a ser mucho más cara. Me llevé uno solo porque soy una niña buena: un verde oliva precioso, y de larga duración. No sé cómo me contuve. Me regalaron una muestra de la crema de cristales de azúcar, que es suave y sedosita, hidratante pero no grasa. No sé si es casualidad o la combinación con el gel de aloe, pero me ha solucionado el desastre que produjo en mi piel la mezcla de verano más antibióticos.
Volveré, volveré, no me hagas sufrir. He de volver, pero tengo que partir*.
(*) Es la letra de una canción, creo. La canta mi madre cuando regresamos al Sur.
viernes, septiembre 05, 2008
Poética nocturna
Hoy me he despertado tarde, feliz y despeinada. Soñé intensamente, durante la primera parte de la noche, con una casa circular llena de luz. En el centro de la casa, el salón estaba lleno de poetas.
Ayer compartí los primeros versos telefónicos del curso con Jesús Beades, y hablamos de nuestra mutua pasión por Julio Martínez Mesanza. Él se mostraba tan obsesionado como yo: suspiré pensando, "no estoy tan enferma como yo creía". El famoso ¿tú también? electrizaba las ondas hertzianas, borrando los meses de calor.
Confusamente, en plena madrugada, me dije que uno no puede andar por el mundo escribiendo versos como Es poder una torre sobre rocas, y luego pensar que el mundo no ha cambiado. Y luego me dormí de nuevo y soñé con una torre.
Una vez conocí a un hombre que vivía en un faro. La torre de mi sueño era como un faro, y por dentro había un hotel con vistas al mar. En la última planta, había también un restaurante con miradores acristalados. Era de noche. El mar respiraba negro, denso, con luces al fondo como un pozo. Dentro se oía murmullo de música y voces amortiguadas. Ráfagas de luz de vela. Estoy sentada delante de un hombre que no conozco, pero conozco sus manos de otros sueños. Una vez creí que eran las manos de Aragorn. Manos poderosas, manos viajeras por mi pelo.
Manos que no llegan nunca: El sueño termina aquí, como una peli de postguerra con censura.
Ayer compartí los primeros versos telefónicos del curso con Jesús Beades, y hablamos de nuestra mutua pasión por Julio Martínez Mesanza. Él se mostraba tan obsesionado como yo: suspiré pensando, "no estoy tan enferma como yo creía". El famoso ¿tú también? electrizaba las ondas hertzianas, borrando los meses de calor.
Confusamente, en plena madrugada, me dije que uno no puede andar por el mundo escribiendo versos como Es poder una torre sobre rocas, y luego pensar que el mundo no ha cambiado. Y luego me dormí de nuevo y soñé con una torre.
Una vez conocí a un hombre que vivía en un faro. La torre de mi sueño era como un faro, y por dentro había un hotel con vistas al mar. En la última planta, había también un restaurante con miradores acristalados. Era de noche. El mar respiraba negro, denso, con luces al fondo como un pozo. Dentro se oía murmullo de música y voces amortiguadas. Ráfagas de luz de vela. Estoy sentada delante de un hombre que no conozco, pero conozco sus manos de otros sueños. Una vez creí que eran las manos de Aragorn. Manos poderosas, manos viajeras por mi pelo.
Manos que no llegan nunca: El sueño termina aquí, como una peli de postguerra con censura.