Desayuno en casa de Ana. Con cada una de mis tías tengo un rito, un rito de paso que me acerca a ellas. Con Ana hago collages, me tumbo en el sofá de piel y comemos uvas negras, pequeñas. "Son de las de vendimiar". Y la mermelada es de tomate. Salimos al casco antiguo y me enseña tiendas raras, de cajas de té.
Y la mejor librería del mundo: la he encontrado hoy, en Logroño. Hay una tienda recóndita muy cerca de Portales (su plaza de corte antiguo, con la Redonda al fondo, como de tarde con lluvia en Venecia.) Se llama Castroviejo y es la joya de los siete mares, ¡tiene de todo! Y en formato pequeño, con estanterías y mesitas. He encontrado libritos de La Veleta, Renacimiento, Pre- textos. Y la colección entera de Valdemar. Y El acantilado. Mis editoriales preferidas. Libros para amar, para oler, para doblar sus páginas o guardarlas como se guarda una cubertería de plata en un arcón. Prosas de Andres Trapiello, cuentos victorianos, una novela de Jane Austen. Olían a mar y a tierra, a manzanas. Castroviejo olía a tardes en el fondo inmenso de un sillón. Volveré, le dije, cuando por dentro bailaban otras palabras, "no quiero marcharme".
viernes, agosto 31, 2007
miércoles, agosto 29, 2007
El amor, el lobo
UNA HISTORIA DE MIEDO
Caperucita iba caminando por una gran avenida de la ciudad al atardecer. Las farolas comenzaban a encenderse. Se le acercó el leñador, que olía a campo y llevaba una horrible camisa de cuadros, como todos los leñadores. Tenga cuidado, le dijo; tenga mucho cuidado porque por aquí puede venir el lobo.
- ¿Qué señas tiene, dígame usted, para que yo lo identifique como lobo y tenga cuidado?
- El lobo tiene buenas intenciones, eso es lo peor. El lobo no quiere ser lobo, pero es que lo lleva en la sangre. Tiene muy buenas formas y le gusta hablar. Se acerca y le habla como cualquiera. Puede hablar del tiempo o de Gustav Mahler, porque es muy culto. Es inteligente, intuitivo e imaginativo, vamos, muy “artístico”...
- Me lo está pintando usted muy bien, como para marido...
- El único problema es... no se asuste... hay un problema.
- ¿Bien?
- No debe contrariarle. No le contraríe nunca. Tampoco debe darle la razón como a los tontos y los locos porque se enfada.
- Entonces, ¿qué debo hacer?
- Ése es el problema, que uno nunca sabe qué hacer. Es como un laberinto, o como el piso de una casa antigua, uno nunca sabe dónde está la madera que cruje. Cuando dices la palabra errónea, el lobo aúlla, rompe vallas, se desborda, es una desgracia, señorita. Como el amor, pero en malo.
- ¿Cómo “como el amor”?
- Quiero decir que el amor aúlla y rompe vallas, pero eso es bueno, ¿no? Es como eso que dicen del fuego y el infierno, cuando donde hay fuego es en el cielo...
- ¿Hola?
Caperucita se está divirtiendo. El leñador teólogo sugiere que el amor es fuego, y que San Juan dice que Dios es amor.
- Así que el cielo debe ser una latitud cálida. Nada de nubes azules con angelitos tocando la bandurria, que te aburren de muerte. Lo dijo algún santo. Tomás de Aquino, creo, o Chesterton.
- Se está yendo usted por las ramas. ¿Qué hay del lobo?
El leñador piensa un poco antes de contestar.
- El lobo no existe, era una mera excusa. Quería hablar con usted un ratito para pedirle que se case conmigo. Ya ve, tengo treinta y cinco años y una profesión honrada. Soy un poco hortera vistiendo pero eso lo cambia usted en un pispás. Y soy católico como usted, hasta he citado a Juan el evangelista, a Santo Tomás de Aquino y a Chesterton...
- Pero GKC no es santo.
- Pero a usted le gusta leerlo, como a mí. Otra cosa que tenemos en común.
Caperucita mira al leñador, intrigada. Está empezando a enamorarse, pero de pronto piensa que el leñador es formal, culto e imaginativo. Muy “artístico”. Se cruza de brazos.
- No me casaré contigo, Robbie.
- ¿Por qué no, Cara? Me estás contrariando, pero para que veas que tus sucios pensamientos no son ciertos, me voy. Mañana, si te encuentro, te lo preguntaré otra vez.
Cara se queda mirándolo de lejos, tristona. El leñador es muy listo... y muy guapo. Ahora tiene miedo a que no sea él el lobo.
Caperucita iba caminando por una gran avenida de la ciudad al atardecer. Las farolas comenzaban a encenderse. Se le acercó el leñador, que olía a campo y llevaba una horrible camisa de cuadros, como todos los leñadores. Tenga cuidado, le dijo; tenga mucho cuidado porque por aquí puede venir el lobo.
- ¿Qué señas tiene, dígame usted, para que yo lo identifique como lobo y tenga cuidado?
- El lobo tiene buenas intenciones, eso es lo peor. El lobo no quiere ser lobo, pero es que lo lleva en la sangre. Tiene muy buenas formas y le gusta hablar. Se acerca y le habla como cualquiera. Puede hablar del tiempo o de Gustav Mahler, porque es muy culto. Es inteligente, intuitivo e imaginativo, vamos, muy “artístico”...
- Me lo está pintando usted muy bien, como para marido...
- El único problema es... no se asuste... hay un problema.
- ¿Bien?
- No debe contrariarle. No le contraríe nunca. Tampoco debe darle la razón como a los tontos y los locos porque se enfada.
- Entonces, ¿qué debo hacer?
- Ése es el problema, que uno nunca sabe qué hacer. Es como un laberinto, o como el piso de una casa antigua, uno nunca sabe dónde está la madera que cruje. Cuando dices la palabra errónea, el lobo aúlla, rompe vallas, se desborda, es una desgracia, señorita. Como el amor, pero en malo.
- ¿Cómo “como el amor”?
- Quiero decir que el amor aúlla y rompe vallas, pero eso es bueno, ¿no? Es como eso que dicen del fuego y el infierno, cuando donde hay fuego es en el cielo...
- ¿Hola?
Caperucita se está divirtiendo. El leñador teólogo sugiere que el amor es fuego, y que San Juan dice que Dios es amor.
- Así que el cielo debe ser una latitud cálida. Nada de nubes azules con angelitos tocando la bandurria, que te aburren de muerte. Lo dijo algún santo. Tomás de Aquino, creo, o Chesterton.
- Se está yendo usted por las ramas. ¿Qué hay del lobo?
El leñador piensa un poco antes de contestar.
- El lobo no existe, era una mera excusa. Quería hablar con usted un ratito para pedirle que se case conmigo. Ya ve, tengo treinta y cinco años y una profesión honrada. Soy un poco hortera vistiendo pero eso lo cambia usted en un pispás. Y soy católico como usted, hasta he citado a Juan el evangelista, a Santo Tomás de Aquino y a Chesterton...
- Pero GKC no es santo.
- Pero a usted le gusta leerlo, como a mí. Otra cosa que tenemos en común.
Caperucita mira al leñador, intrigada. Está empezando a enamorarse, pero de pronto piensa que el leñador es formal, culto e imaginativo. Muy “artístico”. Se cruza de brazos.
- No me casaré contigo, Robbie.
- ¿Por qué no, Cara? Me estás contrariando, pero para que veas que tus sucios pensamientos no son ciertos, me voy. Mañana, si te encuentro, te lo preguntaré otra vez.
Cara se queda mirándolo de lejos, tristona. El leñador es muy listo... y muy guapo. Ahora tiene miedo a que no sea él el lobo.
lunes, agosto 27, 2007
La canción del verano
En la radio suena "cien gaviotas", de Ducan dhu. La música me hace viajar a mundos recónditos. Mis diez años en Maestu. Mi prima con quince y unos walkman, y una plancha para cardar el pelo. Parecía tan mayor... yo pensaba que iba a casarse ya, a los dieciséis. Había grabado unos videos musicales que veíamos sin parar, con canciones de Wet wet wet y Glen Medeiros, y anuncios de cocacola. En uno salían dos niñitos rubios besándose y nos hacía mucha gracia, era algo así como "el primer beso", que yo a mis veintinueve aún sigo esperando. El verano entero era un video de Kylie Minoghe y Jason Donovan, specially for you. Aún tengo diez años cuando escucho los primeros acordes. Y un niño pecoso de ojos azules pasea en bicicleta, y dibujo en un cuaderno su silueta rubia, su casa tantas veces soñada.
jueves, agosto 23, 2007
LLuvia
LLuvia y frío. He vuelto a la ciudad, el campo tenía brillo de escarcha. La bruma se agarraba a las piedras y nos hacía rodar. Mi sobrina, (el duende verde), subía y bajaba los peldaños de madera barnizada conmigo de la mano. Fuerte, fuerte, atrapadas en la lluvia. Añorando el fuego. El vaho de la mañana y el abrigo de la noche me recordaban al otoño, un otoño de hojas azules.
sábado, agosto 18, 2007
Intrahistorias
"Hijo, eres el ungüento amarillo", le dice mi abuela a mi tío Jorge, que nos está arreglando los enchufes. Mi madre, tras el periódico: El rescate de la espeléologa nos ha costado veinticinco mil euros. Y remata: "de ahora en adelante que nadie se meta en una cueva". Mi padre juega con un tubito de rímel transparente que dejé yo en la mesilla. Calligraphic. Stilyng & care mascara. Astor Paris, made in UK (¡toma paradoja!) "ésto, si eres feo, ¿te lo das y se te borra la cara?", pregunta. Yo me río de los tres, ellos se ríen de mí. No me río de ti, me río contigo.
De nuestro último paseo por Haro, antes de volver a Maestu, guardo una fotografía. Huele a pan y a pasteles en torno a la confitería de mi calle, donde han colocado un cartel que dice: "Hay piruletas moradas".
De nuestro último paseo por Haro, antes de volver a Maestu, guardo una fotografía. Huele a pan y a pasteles en torno a la confitería de mi calle, donde han colocado un cartel que dice: "Hay piruletas moradas".
martes, agosto 14, 2007
Ciruelas en Maestu
Muerdo una ciruela camino de Leorza. Sabe a dulce morado, a caramelo de niños que dejas a medias envuelto en un papel pringoso. A piruleta con sabor a ciruela. Mi padre y yo comemos fruta salvaje por el camino del monte, hay ciruelos y nogales, y más allá huertas cerradas. Hemos llegado a la casa de los enanitos, que sigue sola entre los árboles, de cuento, de miedo... pero pronto llegamos al pueblo y a la fuente. La fuente de todos los veranos.
Mis primas y yo bebemos. Tenemos ocho o nueve años y manchas de fruta en la ropa. Hay tres grifos y ellas se ríen de mí, porque aprisiono en mi boca el hilo grueso que cae en una poza pequeña y rectangular. "¡Ese es el grifo de las vacas, ahí beben las vacas!" Yo me avergüenzo un poco pero digo que vale, que las vacas beben de la poza, no del grifo. No las veo pegando lametazos al grifo, la verdad.
Hoy es agosto y veinte años más. Bebo del grifo de las vacas, haciendo cuenco con las manos, llenándome el vestido de agua. Está fría sobre el aire frío, sobre el sol frío que se diluye. De cuento de miedo.
Mis primas y yo bebemos. Tenemos ocho o nueve años y manchas de fruta en la ropa. Hay tres grifos y ellas se ríen de mí, porque aprisiono en mi boca el hilo grueso que cae en una poza pequeña y rectangular. "¡Ese es el grifo de las vacas, ahí beben las vacas!" Yo me avergüenzo un poco pero digo que vale, que las vacas beben de la poza, no del grifo. No las veo pegando lametazos al grifo, la verdad.
Hoy es agosto y veinte años más. Bebo del grifo de las vacas, haciendo cuenco con las manos, llenándome el vestido de agua. Está fría sobre el aire frío, sobre el sol frío que se diluye. De cuento de miedo.
jueves, agosto 09, 2007
Backstage de andar por casa
Claudia y yo delante del espejo encendido. Hemos volcado el neceser en la mesilla, donde ahora flotan los tubitos de rímel, coloretes, pintalabios. Es tarde con lluvia y mecedoras en el salón, qué hacemos, dice Claudia. Los naipes están cansados y los libros también.
"¿Por qué no me enseñas lo que hay en tu bolsa de pinturas?" Tris tras, ni lo ves, ni lo verás. Y estamos atrincheradas en el baño, lo hemos convertido en camerino, camarote, pasarela de fiesta de disfraces. Emborronamos discos de algodón para probar los distintos acabados. Por ejemplo el ojo dramático, con mucha máscara negra y sombra marrón fumé. Luego hacemos fotos al espejo, sonreímos al flash en la luna. Nos sonreímos de un móvil a otro, "ésta me la envías por el bluetooth."
martes, agosto 07, 2007
...Pero no cierro
Hoy he venido por venir, por abrir el chiringuito, pero estoy seca. Sin rastro de poesia, de vida, de inspiracion. Y encima, me ha tocado en este ciber uno de esos ordenadores anglosajones que no marcan acentos ni egnes. Cuando lo que yo queria decir era "sin segnales de humo". No escribo porque estoy seca y al mismo tiempo llena de voces familiares. No se que decir, no se ni poner tildes. Ni endecapixeles escribiria yo en esta tarde. A ver si se me pasa, porque definitivamente este blog no se cierra: me quedaria sin aire...
viernes, agosto 03, 2007
Vino de Haro
He estrenado mis vacaciones con la visita a una bodega. En nuestro primer paseo por el pueblo tropezamos con Isaac Muga que, por supuesto, conocía a mi abuelo: todo un señor. Mi abuelo luchó porque el buen vino se repartiera entre todos los obreros. Isaci nos invitó a bodegas Muga, el orgullo de la tradición. No ha entrado allí el acero inoxidable: huele a mosto y a madera, a años macerando el mosto... Y el vino sabe a calor de verano, y la cocinera nos obsequia con tortilla de chorizo. Y en la tienda venden la pulsera de la leyenda del vino, que le regaló mi tío Javier a su novia. La he comprado: plata y cristal de Swaroski, color vino, 35 euros.
miércoles, agosto 01, 2007
Dos en la cama
(Sigo con la novela, o algo así, la no-novela ésa que empecé y le gustó tanto a D. Enrique...)
- Marta, hija, que me haces equivocarme.
Es mi madre con las agujas de la lana, el sábado a las ocho. La luz del cuarto de estar se va apagando, y en esos ratos es cuando yo le pregunto cómo se hacen los niños, y esas cosas.
Mi prima Vicki tiene nueve años y es una fantástica. Me dijo que para que nazca un niño los padres se tienen que acostar en una misma cama. Pero no caben, dije yo, porque en el cuarto de mis padres hay dos camas estrechas, separadas por una mesita de noche. Y encima un crucifijo. Es que se ponen uno debajo y otro encima.
Que no, que no puede ser. Qué calor. Menuda cochinada, no quiero hacerme mayor para eso. Vicki se reía.
- Pues todos lo hacen, tus padres y los míos también. Y si no, nosotros ¿qué? Además es muy bonito. Se ríen.
- ¿Pero tú los has visto? Le pregunto con los ojos grandes que suelo poner en clase de matemáticas, de no entender nada.
- No porque cierran la puerta. Pero se ríen.
Siro dice que parecemos mayores, de tanto hablar. Que se nos pone la voz ésa baja como de las románticas de películas.
- A Vicki seguro que ya le gusta un niño.
¿Qué niño?, pregunto yo. Mi hermano me mira con su mirada de ya-tengo-diez-años y me dice que todas las niñas somos tontas.
- Marta, hija, que me haces equivocarme.
Es mi madre con las agujas de la lana, el sábado a las ocho. La luz del cuarto de estar se va apagando, y en esos ratos es cuando yo le pregunto cómo se hacen los niños, y esas cosas.
Mi prima Vicki tiene nueve años y es una fantástica. Me dijo que para que nazca un niño los padres se tienen que acostar en una misma cama. Pero no caben, dije yo, porque en el cuarto de mis padres hay dos camas estrechas, separadas por una mesita de noche. Y encima un crucifijo. Es que se ponen uno debajo y otro encima.
Que no, que no puede ser. Qué calor. Menuda cochinada, no quiero hacerme mayor para eso. Vicki se reía.
- Pues todos lo hacen, tus padres y los míos también. Y si no, nosotros ¿qué? Además es muy bonito. Se ríen.
- ¿Pero tú los has visto? Le pregunto con los ojos grandes que suelo poner en clase de matemáticas, de no entender nada.
- No porque cierran la puerta. Pero se ríen.
Siro dice que parecemos mayores, de tanto hablar. Que se nos pone la voz ésa baja como de las románticas de películas.
- A Vicki seguro que ya le gusta un niño.
¿Qué niño?, pregunto yo. Mi hermano me mira con su mirada de ya-tengo-diez-años y me dice que todas las niñas somos tontas.