Tecleo al ordenador mientras en la radio suena uno de los míticos programas "De cerca...", esta vez con Duncan Dhu. Y caigo en un ensueño, un túnel del tiempo que me lleva al ochenta y nueve, aquel verano en el que mis primas no paraban de poner a todo volumen Cien gaviotas...
Tenía once años y me gustaba un niño rubio y pecoso. Bueno, en realidad no me gustaba, es solo que mi prima había caído presa de amor hacia su hermano, y por una especie de lealtad decidí enamorarme por vez primera en mi vida. Luego vi que el caso no es tan raro... en las comedias del Siglo de Oro es muy normal que un caballero se enamore de la hermana de la dama de su mejor amigo... Es un poco lío pero incluso los personajes lo mencionan en una de esas alusiones metateatrales de Calderón que tanto me gustan.
Me estoy desviando. Duncan Dhu. Yo me dedicaba a escuchar sus canciones y a pensar qué demonios hace una enamorada... así que salmodiaba en mi interior frases del tipo: "es tan simpático... y tiene unos ojos tan...", y al tercer día decidí comenzar a dibujar al calor de los primeros acordes de "Una calle de París".
Siempre he pensado que el amor es creativo. Yo no dibujaba bien, pero aún así me armé de cuaderno y lápiz y empecé a retratar a mi amor. Se llamaba Iñaki, así que bauticé el bloc como "El cuaderno de Iñaki". Lo pinté de frente, de perfil, saliendo de su casa, bañándose en el río, jugando al fútbol, en el frontón, montando en bicicleta y, como las situaciones cotidianas se me acababan, lo pinté vestido de romano. Aún ignoro por qué.
Todo esto, regado por la chufla de mis primas y de mi padre, que veían crecer mi pasión pintora, con esas pocas artes que Dios me dio... Mi padre rescató el cuaderno y lo enseñaba a los amigos entre risa y emoción, hasta que yo se lo confisqué y, como soy un pequeño desastre, lo perdí.
Recuerdo el día que Iñaki se marchó de Maestu. Mi prima puso a todo volumen Cien gaviotas y me dijo: "hoy podrás beber y lamentar". Y yo bebí un kas de naranja y me di cuenta de que no estaba triste en absoluto. El chaval era risueño y tenía unos ojos simpáticos, pero nada más. Y, sin embargo, el cuaderno de Iñaki me enseñó que el amor, incluso el juguetón, soñado y ficcionalizado, es activo y creativo. Con el tiempo he sabido derivar hacia la poesía.
Veintidós años después aterricé en La Rioja. Una noche salí con veinte o treinta compañeros del trabajo y fuimos a un pub que me chifla, el Casablanca. Sonaban los primeros acordes de Cien Gaviotas...
Es increíble el poder de la música para hacernos retroceder en el tiempo ¿verdad?. Me encanta la descripción de la fuerza que tiene el primer amor y la creatividad que puede llegar a despertar la sublimación. Un abrazo
ResponderEliminarY cuándo escuchas una canción que no sabes por qué pero te trae deliciosas sensaciones del pasado que no logras definir? Puede pasar incluso con una canción que escuches por primera vez, pero resulta tan familiar y evocadora...el subconsciente, ese desconocido.
ResponderEliminarSolo falto que en el pub, huberia aparecido Iñaki..El destino, hubiera cerrado circulo.. Un abrazo, ANONIMO CON MAYUSCULAS
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