Cuando ves la vida desde una silla de ruedas, comprendes muchas cosas.
Los niños y adolescentes, que no saben disimular, te miran raro. Algo hay en la silla negra y en el que va en ella, sin poder moverse, que impone respeto y temor, el temor a lo extraño y lo feo, el indecible horror a lo grotesco.
Queremos ver la calle rebosando de vida, niños jugando al sol, chicas con su rabioso piercing incitando, ojos azules y melenas rubias. Las piezas del puzzle que no encajan deberían amontonarse al otro lado de la acera, pensamos inconscientemente, sin pensar.
Del otro lado, las adorables viejecitas te saludan con una sonrisa sobre sus cuatro ruedas y un hilo de solidaridad, invisible y luminoso al mismo tiempo.
P.S.: Y a mí se me termina en unas semanas...
Yo he visto a niños envidiar a quienes iban en una; les parecía un nuevo juego, y les habría gustado participar en él. Procura, en eso, ser niña en estos días. No es lo único en lo que se puede aprender de ellos.
ResponderEliminarQué buena entrada y qué buen consejo el de marinero.
ResponderEliminarLos niños más niños ven en la silla de ruedas algo distinto y emocionante. Se acercan y tocan, también al que va en ella, hasta que su madre o su tía les dicen que no se acerquen, que no molesten, que con eso no se juega. Y los niños menos niños ya no se acercan, claro, sino que miran con curiosidad, con extrañeza, con sinpasión.
Tu blog es precioso, desde ahora me uno y si quieres pasa por el mio :) un beso
ResponderEliminarwww.aydita.blogspot.com