No se trata de la típica depresión de baja intensidad que nos acomete en otoño, ni del spleen, bajón o día nublado. La Maldición de la Piedra no es sólo una sensación aguda del alma sino una certeza, una terrible certeza. Tomé el nombre de un poema de Miguel d´Ors titulado "Pues vaya con la divina Providencia":
[...] Imaginad ahora
una piedra salida
de la Mano Divina
cruzando siglos-luz por los que rotan
con música callada las esferas,
una piedra en el vasto
silencio de los mundos.
Pues yo apuesto un millón
a que adivino en qué cabeza cae.
Hay temporadas en que vivimos encogidos, sabiendo fieramente que ahí, en lo más alto, donde tanto brilla el sol, hay una piedra destinada a mí solito, aguardando el momento propicio para caerme encima. De este pensamiento maligno hay que huir por encima de todo: "enemigo a la vista, huyamos despavoridos".
Lo primero que hago es ponerle un nombre poético y ridículo a partes iguales, y de paso leer de nuevo el fantástico poema dorsiano. Y ya que hemos abierto el libro, seguir leyendo al buen tuntún poema tras poema, y cuando ya me he empapado bien de hórreos y vacas en Cotobade, una luz oscura como de lluvia del Norte, con ese brillo negro del charol, se abre paso en mi mente y, aunque resulte paradójico, tanto domingo desaprovechado y lunes lluvioso llena mi alma de una insana alegría.
Si el pérfido estado del alma me ataca en un momento poco cultural, recurro a la ecuación más dulce del mundo: Música + Azúcar = Subidón. Hay que escuchar a toda pastilla la canción Life de Des´ree, o Viva la vida de Cooldplay que también sirve, pero mientras se fatigan mis oídos debo saborear una piruleta roja de corazón, marca "Fiesta". Si no, la receta no acaba de funcionar. Antes de que las dos canciones terminen tengo que contemplar mi cara en un espejo, como la reina de Blancanieves. Veo mi lengua roja, y en claro silogismo recuerdo que para Dios soy, sigo siendo y seré siempre una niña.
Y ya sabemos todos que los niños son de goma: el poder de la Maldición de la Piedra no prevalecerá contra mí.
Buenísimo! Yo también tengo mis momentos infantiles jajaja pero los suelo acompañar de chocolate mmmm BESOS!
ResponderEliminarQué final: me has puesto la carne de gallina.
ResponderEliminar"Y ya sabemos todos que los niños son de goma: el poder de la maldición de la Piedra no prevalecerá contra mí."
Me lo copio, qué maravilla. De verdad gracias!!!!!!!!!
Qué maravilla de entrada. Un abrazo
ResponderEliminarExcelente entrada; lo digo lo primero para que mi pequeña crítica quede reducida a sus justas, y minúsculas, proporciones. Es ésta: ¿qué son exactamente las "paradogas"? Besos.
ResponderEliminarDices verdades como piedras. Duelen, sí, pero avisan. Me encantó tu entrada al leerla. Me levantó el ánimo.
ResponderEliminarUn Saludo
¡¡¡¡BRAVO!!!!
ResponderEliminarDebe ser la misma piedra que cuelga, de un modo mucho más prosaico (pero mucho), en algunos bares junto con la cerámica de “hoy no se fía”: “Hoy hace un día estupendo; seguro que viene alguien y lo jode”.
ResponderEliminar¡Qué entradas! Espero que éste no sea tu estado actual. Si no, habrá que idear algo para salir urgentemente.
ResponderEliminarGracias, Rocío. Un beso.
ResponderEliminarGenial la entrada.
ResponderEliminarMientras espero la tercera, ire a por una piruleta roja de corazón.
Tanto tiempo buscando una poción mágica que devolviera a los ojos la cordura y la paz al corazón y estaba muy cerca, dentro de las piruletas¡¡
Gracias, gracias gracias.
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