En la arena hay una torre volcada. Parece un faro: mira al mar. El mar es de color verde botella, como los abrigos de loden de mi infancia. El mar, con abrigo de invierno, silencioso y lleno de sol pálido. Pide perdón por existir en enero, cuando ya no es casa ni parque de atracciones. Es sólo una visión.
En el muro hay una mujer sentada, con la espalda recta, el cabello recogido en la nuca y los brazos doblados sobre un jersey amarillo. En ese gesto exacto de los brazos hay una paciencia infinita. Estoy llegando hacia ella, sólo veo la mancha amarilla y el corte de la nuca: limpio, elegante. Ha llegado antes que yo, es más rápida que yo. Contempla la torre y el mar como si escuchara música. Como si leyera un libro.
Guau! Y lo exclama un experto en mares de invierno.
ResponderEliminar¡Precioso, Rocío! Sin desperdicio.
ResponderEliminarUn beso,
Ya echaba en falta estas entradas. Gracias.
ResponderEliminarMuy bello relato,GRACIAS POR OFRECERNOSLO Y SALUDOS.
ResponderEliminar