Nos conocimos en el autobús que iba a Roma. Ella no podía ver, la acompañaba su amiga. Eran amigas desde hace tiempo: por eso se sofocaban mutuamente y ocurrían esas explosiones de horror y de júbilo entre ellas, tan seguidas y entrelazadas. Y yo me vi en medio, en la eterna escalera mecánica del metro donde a la acompañante le dio una lipotimia. Y, sin pensar en nada, le lancé a las manos un trozo de chocolate. El chocolate lo arregla todo. El chocolate nos unió.
A la chica ciega le picaba todo el cuerpo. Estábamos en Florencia y la llevamos a una especie de ambulatorio que había en un palazzo. Íbamos las tres por la calle pintando las letras de colores, y ella era la maestra de ceremonias. Los ciegos son sabios e intuitivos: eso desde Homero. Tú eres amarilla, me decía, pero un poco blanca también. Y, cuando nos tocó dormir en un saco tricolor, nos reíamos: "esto parece una de tus palabras surrealistas".
Y la llevamos a la Fontana de Trevi, y me empeñé en que tocara el agua. El agua es de un celeste tan claro, tan claro, le dije... Y las estatuas, y la gente, y los japoneses. Todo.
Después Pamplona, caminando juntas por Fuente del Hierro. Las tres. Arriba y abajo. A veces muertas de risa triste y a veces serias y con sol. Cuando estoy triste, rezo, nos dijo un día. Y Dios siempre me contesta: deja de quejarte y empieza a darme las gracias.
Entrada extraordinaria
ResponderEliminarNavascués lo ha dicho, y ella cómo te veía de bien, amarilla y un poco blanca, Llir, como un lirio.
ResponderEliminarAh, pero lo mejor, cómo no, lo que le dice Dios. Para tatuárselo.
Aunque lo sigo pensando y quizá tu amiga sea un poco dura de oído. Me pega más que Dios le diga: "Déjame quererte y empieza a darme gracias".
ResponderEliminarTu amiga, que también es mi amiga, es un ejemplo de entereza, fuerza de voluntad, espiritu luchador, superación y alegría. La conozco desde que tenía 3 años y he aprendido muchísimo con ella y de ella. Es un lujazo de amiga.
ResponderEliminar¡Me alegro de que tengamos más personas en común!