sábado, julio 22, 2006
Cerrado por vacaciones
Cierro el chiringuito por un par de semanas. Me voy al Norte: montes, vacas y un río. Casas con vigas, chimenea, ladridos y persianas de rejilla, casas con libros, noches con manta y días inmensos. Abro el album de todos los veranos, la compra concurrida y tranquila a la vez, la cesta de flores, sombreros, revistas, columpios, hierba encendida, cúpula de árboles. Balbuceos, chocolate, piedras y agua, azul mineral.
viernes, julio 21, 2006
Habilitación
Se ha habilitado la moderación de comentarios en este blogg. Y la verdad es que lo siento, porque da una imagen de poca libertad y de suma pena, pero así están las cosas: prefiero vivir los pequeños disgustos cotidianos en privado, reservarme el derecho a escoger los graffitti que adornen las paredes de esta casa. Todos podréis entrar en ella como siempre, ya sabéis, "di amigo y entra".
domingo, julio 16, 2006
Soy yo...
Para quienes no me conocen, como no he conseguido colgar mi foto en el perfil, lo hago en esta entrada, en la que recupero mi último poema en prosa a petición de Carlos, el de las islas. Me gustan las islas, los árboles y los ríos, y también me gusta el mar, pero sólo en verano, cuando podemos jugar juntos a su juego de volcanes. Así, los "poemas del mar" brotan cada mes de julio, sólo que últimamente me repetía y empezó a cansarme el rito. Mi padre sueña con publicarme algún día un poemario del mar, pero va a ser que no... Tras cinco años, a razón de una veintena de baños chispeantes, conservo algo así como quince poemas medianamente dignos. No es carrera. Sin embargo, tras mi baño primero, me lancé con este poema en prosa. Brindo por ti, Carlos.
MAR
El agua salvaje rompiendo sobre mi cuerpo como un hombre, la misma sed, el mismo orgullo. Si le sigo la corriente se humilla, si me alzo contra él se levanta enfurecido, si le pido tregua exige rendición. Cuando ya desconfío del todo, se entrega, inventa túneles blancos para mí, me trae flores blancas, islas negra, me dice su canción desaforada.
Ejercicio
Hoy toca ejercicio. Recuerdo que la primera vez que Miguel dÓrs vio mis poemas, me aconsejó calma, mucha calma, silencio y espera, y que los ejercicios literarios me los guardase para mí. O sea, ejercicios privados. Sin embargo, sólo seis meses después Fidel Villegas me pidió mi libro Magia, que estaba terminándose, para publicarlo en Númenor. Y cinco años después me salto la regla de los ejercicios privados y os presento un poema convertido en prosa. Soplan vientos de prosa poética.
Se trata de un poema que hice en Madrid, después de que me cortejara un taxista.El número cinco o seis de una serie de historias delirantes, porque a mí nunca me ha pretendido nadie medianamente normal. El poema del taxista se ha convertido en prosa por exigencias del guión, del tempo interno de la anécdota. Ahí tienen el resultado.
Se trata de un poema que hice en Madrid, después de que me cortejara un taxista.El número cinco o seis de una serie de historias delirantes, porque a mí nunca me ha pretendido nadie medianamente normal. El poema del taxista se ha convertido en prosa por exigencias del guión, del tempo interno de la anécdota. Ahí tienen el resultado.
EL TAXISTA
Andaría por los treinta, digo yo. Treinta y cinco o así. Barriga incipiente, cabello desmañado y unos ojos que tapan media cara, azules, con chispitas bailando. Cómo iba a imaginarme yo, pobre de mí, un galán de estación en este hombre cuando me abrió la puerta, apagó la luz verde y le dije “Goya setenta y siete”. El piso de mis abuelos. Por hacer bonito añadí unas pocas palabras, “qué bien está Madrid en este otoño”: nada especial.
Surcábamos las calles ya cercanas al Retiro, la verja con el fondo de copas amarillas y violines. Siempre me ha gustado el Retiro y lo dije, más que con las palabras con un gesto, mmmm... De pronto se le puso cara de colegial en vacaciones, y me habló del otoño, su hermosura y mi propia hermosura. Me miraba por el retrovisor, entre atrevido y tímido. Yo respondía a veces con sonrisas vergonzosas y, ya cerca de casa, le dije: qué te debo.
Me debes ver mañana, te parece, tomamos un café donde tú quieras. La verdad, no me lo esperaba. Hice acopio de todos mis modales, mis mejores sonrisas para no. Te invito, dijo entonces. De ninguna manera, oye, es tu trabajo. Dime al menos tu nombre, barbotaba el tío caradura, con ojos de perro de peluche flaco y bizco. Rocío, sonreí, después de darle cinco euros setenta.
Andaría por los treinta, digo yo. Treinta y cinco o así. Barriga incipiente, cabello desmañado y unos ojos que tapan media cara, azules, con chispitas bailando. Cómo iba a imaginarme yo, pobre de mí, un galán de estación en este hombre cuando me abrió la puerta, apagó la luz verde y le dije “Goya setenta y siete”. El piso de mis abuelos. Por hacer bonito añadí unas pocas palabras, “qué bien está Madrid en este otoño”: nada especial.
Surcábamos las calles ya cercanas al Retiro, la verja con el fondo de copas amarillas y violines. Siempre me ha gustado el Retiro y lo dije, más que con las palabras con un gesto, mmmm... De pronto se le puso cara de colegial en vacaciones, y me habló del otoño, su hermosura y mi propia hermosura. Me miraba por el retrovisor, entre atrevido y tímido. Yo respondía a veces con sonrisas vergonzosas y, ya cerca de casa, le dije: qué te debo.
Me debes ver mañana, te parece, tomamos un café donde tú quieras. La verdad, no me lo esperaba. Hice acopio de todos mis modales, mis mejores sonrisas para no. Te invito, dijo entonces. De ninguna manera, oye, es tu trabajo. Dime al menos tu nombre, barbotaba el tío caradura, con ojos de perro de peluche flaco y bizco. Rocío, sonreí, después de darle cinco euros setenta.
martes, julio 11, 2006
Imposible
"Que digan lo imposible", apuntaba dÓrs refiriéndose a los versos. Si un poema tiene que decir lo imposible, un poeta debería pensar y desear lo imposible. Así ando yo en los últimos días, dando alas a fantasmas inconcretos de la imaginación y la memoria, esas dos potencias del alma que no pueden nada, que todo lo pueden. El fruto de todo esto ha sido un poema, que no ha corregido nadie aún, y que ofrezco al respetable.
Mi corazón doméstico y descalzo,
de andar por casa, de mirar el fuego
en bata y zapatillas, de paisajes
interiores; ventanas y ventanas,
mi corazón que duerme por el día
sintiendo la llamada de las tres
tiendas, que no se quiere levantar
y vuelve cada noche al escenario,
mirándote mirar se quedaría
toda la vida, si dijeras dónde.
(Addenda: he corregido el poema gracias a todos vosotros, y os lo ofrezco.)
Mi corazón doméstico y descalzo,
de andar por casa, de mirar el fuego
en bata y zapatillas, de paisajes
interiores; ventanas y ventanas,
mi corazón que duerme por el día
sintiendo la llamada de las tres
tiendas, que no se quiere levantar
y vuelve cada noche al escenario,
mirándote mirar se quedaría
toda la vida, si dijeras dónde.
(Addenda: he corregido el poema gracias a todos vosotros, y os lo ofrezco.)
Después...
Prometí hablar de Valencia y el Papa, y aunque las musas andan algo perezosas, lo haré.
De Valencia me gustó todo menos el calor. Dirán ustedes, mujer, viviendo en Sevilla... Por eso mismo, respetable público. Una puede soportar, y hasta lo encuentra lírico, que llueva en Pampaluna, pero en Sevilla le indigna profundamente la primera gota que osa derramarse sobre su desprovista cabeza. Ya lo dijo Bebe, con mucha fuerza:
"La lluvia que caerá
sobre mi cuerpo y mojará
la flor que crece en mí..."
Es una canción para escucharla en Pamplona, pero no en Sevilla. Con el calor sucede lo mismo. Una espera que, allá donde vaya, la temperatura sea menor que la cotidianamente soportable.
Valencia me pareció una ciudad radiante, ya saben, de "belleza antigua". La gente alegre, la organización buena, los cuartos de baño limpios y la granizada de limón a punto, ¿qué mas podía pedir? Yo no vi banderas de jo no t´espere, ni camisas maliciosas fantaseando con la vida privada de Rita, aunque supongo que haberlas, habíalas. Lo que sí vi fueron balcones con mensaje, como este:
- El que reza no desperdicia su tiempo.
O este:
- Cuando encuertas a Cristo, tu vida cambia.
Del Papa lo que más me gustó fue verle a sus anchas, contento. Estaba feliz. Y cuando el Papa sonríe, sonríe la Iglesia entera, a pesar de todo: de nuestros pecados y de los pecados ajenos.
De Valencia me gustó todo menos el calor. Dirán ustedes, mujer, viviendo en Sevilla... Por eso mismo, respetable público. Una puede soportar, y hasta lo encuentra lírico, que llueva en Pampaluna, pero en Sevilla le indigna profundamente la primera gota que osa derramarse sobre su desprovista cabeza. Ya lo dijo Bebe, con mucha fuerza:
"La lluvia que caerá
sobre mi cuerpo y mojará
la flor que crece en mí..."
Es una canción para escucharla en Pamplona, pero no en Sevilla. Con el calor sucede lo mismo. Una espera que, allá donde vaya, la temperatura sea menor que la cotidianamente soportable.
Valencia me pareció una ciudad radiante, ya saben, de "belleza antigua". La gente alegre, la organización buena, los cuartos de baño limpios y la granizada de limón a punto, ¿qué mas podía pedir? Yo no vi banderas de jo no t´espere, ni camisas maliciosas fantaseando con la vida privada de Rita, aunque supongo que haberlas, habíalas. Lo que sí vi fueron balcones con mensaje, como este:
- El que reza no desperdicia su tiempo.
O este:
- Cuando encuertas a Cristo, tu vida cambia.
Del Papa lo que más me gustó fue verle a sus anchas, contento. Estaba feliz. Y cuando el Papa sonríe, sonríe la Iglesia entera, a pesar de todo: de nuestros pecados y de los pecados ajenos.
jueves, julio 06, 2006
A Dios
A Dios por un par de días: me voy a Valencia, a ver al Papa. Cuando vuelva, la ilusión de haberlo visto se mezclará con el tradicinal visionado en familia de los encierros sanfermineros, con el olor a vacaciones y con el calor chispeante slpicado de piscina azul con los amigos. De todo ello os hablaré, alegres y pacientes compañeros.