Un amigo portugués, Fernando do Vale, hablaba conmigo del fútbol, o de su afición a este deporte, como de una bendición divina, ya que le permitía disfrutar...
Y sufrir a veces, digo yo. Hasta hace unas semanas, no había descubierto yo la magia del fútbol; ahora creo que es emocionante... Lo creo después de haber jugado con mis primos, Gonzalo, de seisaños, y su hermano Diego, de cuatro, en su campito de Almensilla. Éramos Diego y yo contra Gonzalo. No vale, decía este, sois dos contra MÍ. Pero Diego rebatía con su sinceridad de siempre: sólo soy uno, porque Rocío no sirve. Y era cierto: proverbial es mi fobia a las escaleras, picudas y ceñudas, pero igual fobia tengo al balón, sañudo y cejijunto. Aún así, me puse a jugar con ellos, me empecé a entusiasmar... paré un par de chutes (Diego comenzó a decirme chócala), y... ¡marqué un GOL! Diego me dio un abrazo enorme, en plan piña, en plan equipo. ¡GANAMOS! Al final de la tarde saqué de mi bolso dos piruletas enormes, y todo acabó con un segundo haiku, que tampoco sé si es bueno, y publico aquí.
Niños jugando
con barro en las rodillas
y piruletas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
habla ahora o calla para siempre