Era de noche y volvíamos a casa. Sentadas en la parada de autobús, de incomparable marquesina de PVC transparente que en primavera, verano y mitad del otoño provoca efecto invernadero, rumiábamos los últimos minutos de un domingo más que se nos iba. Del otro lado del telón aguardaba el lunes, ya sin lluvia pero igual de negro que un paraguas de caballero. De caballero a la antigua usanza, claro, no de los que andan ahora con la corbata sembrada de piolines. Estábamos solas y calladas.
Y de lejos llegaron dos seres como metidos en un aura, ay el aura, será blanca o negra o de colores. Estos dos venían rodeados de chisporroteos de fuego alegre, si no fuera cursi diría que nimbados, deja ya el almíbar tú que te quemas, pues nada, bendito punto y aparte.
Son mimos profesionales, dijo mi madre en voz baja. Qué van a ser, lo que son es amigos o novios o qué se yo, muy besucones no eran, sólo se abrazaban, se enlazaban y bailaban. Con dos bufandas. Y reían, reían sin parar, pero con una risa como banda sonora de peli americana, de las que no molestan porque parece que van por dentro, a juego con el ambiente. Y se ponían a bailar claqué entre risas, fredasterianos, y yo le empezaba a ver ya la trampa al domingo de posguerra que me había fabricado, y la marquesina di que sí, transparente para así filtrar los rayos solares, lunáticos, el aire y el agua en danza.
Sois geniales, tíos. Tendría que haberlo dicho. Pero me iban a tomar por rara, cuando pa raros, ellos. Benditos raros.
P.S.: Esta es mi entrada número 301, pero perfectamente podría haberse tratado del número de la línea del autobús.
miércoles, febrero 25, 2009
sábado, febrero 21, 2009
La maravilla difícil
Todo duele como esquinas de cristal que, de pronto, se fragmentan en mil trozos de una luz que te sorprende. Comienza la difícil maravilla. Es el vacío rápido, una espiral que ralentiza el tiempo. Y estás solo como un niño pero sin las armas mágicas que la infancia te dio. Quieres pintar un teje en el suelo y saltar las casillas cantando para encontrar la salida, inventar nombres dulces para el lobo y que así se convierta en menos lobo.
La clave está en jugar. Ofrecer lo que no es juego para transformarlo en juego, regalar lo regalado, el tiempo atemporal y lo que queda del día. Sin más droga que la música, el sol que se nos mete por las venas, la vida que se entrega en puro éxtasis.
Y el día que comienza es el potro desbocado que te conducirá, si sabes gobernarlo, a la cima.
La clave está en jugar. Ofrecer lo que no es juego para transformarlo en juego, regalar lo regalado, el tiempo atemporal y lo que queda del día. Sin más droga que la música, el sol que se nos mete por las venas, la vida que se entrega en puro éxtasis.
Y el día que comienza es el potro desbocado que te conducirá, si sabes gobernarlo, a la cima.
domingo, febrero 15, 2009
Tardes doradas en el parque
Giraba el columpio y creías que Supermán iba a aparecer de un momento a otro, llevándote en volandas para esquivar el duro suelo. El suelo sabía a adoquines con sangre y a manchas de chocolate rosa, y las rodillas repletas de barro te daban ese aura de San Jorge venciendo al dragón que tus padres nunca entendían. Y no querías llegar tarde por culpa de la mercromina, moco verde el último, y perderte el comienzo de Dragones y mazmorras. El amo del calabozo nos dio poderes a todos, y foskitos, y piruletas. Que no se entere mamá.
Y siempre cenabas tortilla porque entonces no había colesterol, y la sartén crepitaba en los fogones que estaban en un rincón recóndito, blanco, mezclado con el aroma del aceite frito. Los saleros y las cebollas. Y todos a comer.
La bañera llena de burbujas y tus primas chapoteando, y tu primo intentando entrar por alguna rendija para ver, qué querrá ver si aún tenemos cuerpo de niña, dijo alguien una noche. Sólo quiere fastidiar, para eso es chico.
De este lado del cuento, veinte años después, abro el bote redondo y granate de Moussel y la bañera va llenándose de pompas, y en cada pompa cumplo un año menos hasta rozar el agua caliente con sólo nueve inviernos a mi espalda.
Y siempre cenabas tortilla porque entonces no había colesterol, y la sartén crepitaba en los fogones que estaban en un rincón recóndito, blanco, mezclado con el aroma del aceite frito. Los saleros y las cebollas. Y todos a comer.
La bañera llena de burbujas y tus primas chapoteando, y tu primo intentando entrar por alguna rendija para ver, qué querrá ver si aún tenemos cuerpo de niña, dijo alguien una noche. Sólo quiere fastidiar, para eso es chico.
De este lado del cuento, veinte años después, abro el bote redondo y granate de Moussel y la bañera va llenándose de pompas, y en cada pompa cumplo un año menos hasta rozar el agua caliente con sólo nueve inviernos a mi espalda.
viernes, febrero 13, 2009
Nevermore (saudade, morriña, murria)
Ando llorando por las esquinas, imbuida del síndrome de Estocolmo. No volveré a subirme los miércoles, a las nueve menos cuarto, al autobús veintisiete para bajar donde se vislumbra la iglesia evangelista, reinando en el centro de un descampado de flores silvestres. No volveré a demorarme en los mil desayunos de las doce, "que se note que vamos a ser funcionarios" dice Juan María y, como a la voz de un conjuro mágico, abandonamos el departamento de lengua en busca de media tostada de tomate y una fanta de naranja, bebida azucarada y energética que me permito una vez a la semana. Hasta ahora, los miércoles.
Nunca más las tardes en el IES Nervión tragando frío y ciencia, la ciencia de enseñar, explicada en voz baja y con profusión de libros que ruedan por los pupitres. Siento tal vacío, canguelo, penita, saudade y morriña que voy a empezar a leerme la bibliografía recomendada, comenzando por Mal de escuela y Latín y mentiras.
Las clases del CAP terminaron, y yo me he quedado huérfana. Sin chanzas.
Nunca más las tardes en el IES Nervión tragando frío y ciencia, la ciencia de enseñar, explicada en voz baja y con profusión de libros que ruedan por los pupitres. Siento tal vacío, canguelo, penita, saudade y morriña que voy a empezar a leerme la bibliografía recomendada, comenzando por Mal de escuela y Latín y mentiras.
Las clases del CAP terminaron, y yo me he quedado huérfana. Sin chanzas.
martes, febrero 10, 2009
Frente al espejo
Lentamente el sábado se va, decía Sole Gimenez con dulzura cortante, y yo cada vez iba quedándome más ronca. Abrí el armario de mi habitación y vi la madeja de libros reflejada en el espejo: nunca estaremos solos. El teléfono maullaba también, gritón y acogedor. Y sonaba el piano, ese piano vecino que presta a mis tardes un doble fondo de realidad, ya lo dije, y me hace sentir como en mi propia casa.
Es el momento perfecto para maquillarme, pensé, aventurando combinaciones. Nadie me espera. Y me dispuse a abrir la bolsita de las pinturas, y a jugar, soñar, imaginar.
Con ayuda de un desmaquillador de ojos suave, salieron de mis manos dos looks diferentes. Para ambos utilicé la prebase de sombras de Art Decó, que es una maravilla barata (seis euros en perfumerías Douglas), y mantiene los colores fijos y vibrantes. También, tres pinceles básicos: uno en forma de lápiz para trabajar con tonos oscuros y trazos precisos, una brocha Smudge para difuminar y un pincelito fino y biselado para delinear. Los tres de Sephora. Y también resulta muy útil tener al alcance de la mano algunos bastoncillos de algodón, para corregir cataclismos.
Para el primer look podríamos utilizar un nombre poético, al estilo de "El resurgir de una sombra". Poético y verdadero: quería probar si con la prebase de Art Decó aguantaría bien una sombra de Mac tan bonita como caprichosa: Deep Truth, un azul oscuro, intenso y escarchado, eléctrico digo yo.
Durante mucho tiempo fue una de mis sombras favoritas, pero empezó a mostrarse difícil y a migrar por todo el párpado: una maquilladora me dijo que los pigmentos azules sufren siempre esa tentación. La saqué del fondo del baúl y la fui depositando con el pincel lápiz en la almendra del ojo, a toquecitos. Esto es algo que aprendí recientemente: cuando una sombra es muy especial y tiene reflejos, (como mi querida Beauty marked de Mac), debes extenderla a golpecitos, sin frotar ni arrastrar.
A continuación descargué el pincel y marqué la esquina externa y la banana con la sombra Knight Divine: gris oscuro con reflejos azules. Y, para que no quedaran cortes de color, difuminé ambas sombras con la smudge.
Aplicando prebase también a ras de las pestañas inferiores, me aventuré a trazar con el pincelito una línea imprecisa de sombra Knight divine. Casi nunca lo hago, me gusta dejar el párpado inferior limpio y evitar así el efecto ojera, pero me apetecía divertirme un poco, y es cierto que un auténtico ahumado requiere ese toque final. Iluminé con una sombra clara, en mi caso con el pigmento Jardín Aires de Mac, el arco de la ceja, y quedó terminado el look.
El segundo podría denominarse "Look Ala de mosca", y combina dos joyas de la corona: la sombra Greensmoke de Mac, un verde oliva ahumado lleno de misterio, y la controvertida Club, color ala de mosca, versátil y tornasolada.
En pocas palabras puedo decir que utilicé los mismos pasos (véase el caso uno, dirían aquí las instrucciones de un manual.) Prebase, Greensmoke en el párpado móvil, Club en la esquina y en el pliegue. Como toque último, me evité la siempre arriesgada acción de trazar una línea a ras de pestañas inferiores con sombra, y utlicé el mágico y mítico lápiz Orpheus de Mac, negro con reflejos bronce/dorados. Fue parte de una colección limitada, pero tenéis un clon baratito en Mercadona: Lápiz nº8 de Deliplús. No sé si la mina será tan deliciosamente blanda y manejable, pero podría valer, y para las nostálgicas siempre nos quedará Ebay.
P.S.: Las fotos pertenecen al blog de Vanesce. Completé ambos looks con la barra de labios kisskiss de Guerlain en tono Peche frivole, un rosa-melocotón que todas necesitáis. Por cierto, la Greensmoke también queda de miedo combinada con una de las nuevas sombras de esta marca, la Nuit, negra verdosa con brillos dorados.
Es el momento perfecto para maquillarme, pensé, aventurando combinaciones. Nadie me espera. Y me dispuse a abrir la bolsita de las pinturas, y a jugar, soñar, imaginar.
Con ayuda de un desmaquillador de ojos suave, salieron de mis manos dos looks diferentes. Para ambos utilicé la prebase de sombras de Art Decó, que es una maravilla barata (seis euros en perfumerías Douglas), y mantiene los colores fijos y vibrantes. También, tres pinceles básicos: uno en forma de lápiz para trabajar con tonos oscuros y trazos precisos, una brocha Smudge para difuminar y un pincelito fino y biselado para delinear. Los tres de Sephora. Y también resulta muy útil tener al alcance de la mano algunos bastoncillos de algodón, para corregir cataclismos.
Para el primer look podríamos utilizar un nombre poético, al estilo de "El resurgir de una sombra". Poético y verdadero: quería probar si con la prebase de Art Decó aguantaría bien una sombra de Mac tan bonita como caprichosa: Deep Truth, un azul oscuro, intenso y escarchado, eléctrico digo yo.
Durante mucho tiempo fue una de mis sombras favoritas, pero empezó a mostrarse difícil y a migrar por todo el párpado: una maquilladora me dijo que los pigmentos azules sufren siempre esa tentación. La saqué del fondo del baúl y la fui depositando con el pincel lápiz en la almendra del ojo, a toquecitos. Esto es algo que aprendí recientemente: cuando una sombra es muy especial y tiene reflejos, (como mi querida Beauty marked de Mac), debes extenderla a golpecitos, sin frotar ni arrastrar.
A continuación descargué el pincel y marqué la esquina externa y la banana con la sombra Knight Divine: gris oscuro con reflejos azules. Y, para que no quedaran cortes de color, difuminé ambas sombras con la smudge.
Aplicando prebase también a ras de las pestañas inferiores, me aventuré a trazar con el pincelito una línea imprecisa de sombra Knight divine. Casi nunca lo hago, me gusta dejar el párpado inferior limpio y evitar así el efecto ojera, pero me apetecía divertirme un poco, y es cierto que un auténtico ahumado requiere ese toque final. Iluminé con una sombra clara, en mi caso con el pigmento Jardín Aires de Mac, el arco de la ceja, y quedó terminado el look.
El segundo podría denominarse "Look Ala de mosca", y combina dos joyas de la corona: la sombra Greensmoke de Mac, un verde oliva ahumado lleno de misterio, y la controvertida Club, color ala de mosca, versátil y tornasolada.
En pocas palabras puedo decir que utilicé los mismos pasos (véase el caso uno, dirían aquí las instrucciones de un manual.) Prebase, Greensmoke en el párpado móvil, Club en la esquina y en el pliegue. Como toque último, me evité la siempre arriesgada acción de trazar una línea a ras de pestañas inferiores con sombra, y utlicé el mágico y mítico lápiz Orpheus de Mac, negro con reflejos bronce/dorados. Fue parte de una colección limitada, pero tenéis un clon baratito en Mercadona: Lápiz nº8 de Deliplús. No sé si la mina será tan deliciosamente blanda y manejable, pero podría valer, y para las nostálgicas siempre nos quedará Ebay.
P.S.: Las fotos pertenecen al blog de Vanesce. Completé ambos looks con la barra de labios kisskiss de Guerlain en tono Peche frivole, un rosa-melocotón que todas necesitáis. Por cierto, la Greensmoke también queda de miedo combinada con una de las nuevas sombras de esta marca, la Nuit, negra verdosa con brillos dorados.