Ayer me enfrenté por vez primera a un grupo de doce alumnos, y yo era la profesora. Dar el salto produce un poco de vértigo, aunque estaban callados y muy formales porque eran norteamericanos: todos con mejillas rojas y piel rubia. Tienen consigna de no hablar inglés dentro del centro, pero me da pánico la sola idea de que empiecen a hablar a borbotones en un idioma que leo bastante bien pero no entiendo.
Estudiaremos los Siglos de oro, por lo que tendremos que leer el Lazarillo de Tormes, que no me gusta mucho: La picaresca y yo no somos uno. Garcilaso y San Juan, en cambio, son una alegría que destaca con letras azules en el temario, y Cervantes, y Lope... y Calderón.
En París estuve leyendo por cuarta vez Perder y ganar, de J.H. Newman, y ahora no concibo la vida sino como una larga e ininterrumpida lectura de esa maravilla de libro. Ay, Oxford. Ay las controversias y los desayunos con carne y grosellas. Ay el párrafo de Willis sobre la Misa, "¡O, sapientia, fortiter suaviterque disponens omnia, O Adonai.. . O Expectatio gentium... veni, Domine Deus noster...!"
Ahora leo Retorno a Brideshead, por vez primera. Espero que se convierta también en uno de los libros de mi vida. Y ayer, cuando llegaba a casa "radiante de cansancio", me esperaba mi padre con una última reliquia parisina: el perfume Aqua Allegoria Mandarin & Basilic de Guerlain: lo compró en el duty free y lo reservó para mi primer día de clase. Ahora puedo oler a mandarina y albahaca sin pasar a hurtadillas por los probadores del Corte Inglés.
martes, febrero 26, 2008
viernes, febrero 22, 2008
París
Ahora que ha transcurrido casi una semana desde que dejé París, quiero hacer recuento. No me subí a la Torre Eiffel ni al arco del triunfo, ni paseé en barco por el Sena. Esos son planes de turista y yo no quería viajar a París sino "volver" a París, revivir nuestra historia de rápidos encuentros en pequeñas callejas, crepes humeantes y piedras bañadas por la luz. Quería recorrer el París medieval y el más "in" de los maquillajes, de la maison Guerlain y de los anillos de plata comprados al peso como si fueran gominolas.
En Cluny volví a encandilarme ante la penumbra de La Dama del Unicornio y ante los Cristos serenos de piedra azul. El silencio me decía cosas silenciosas pero nuevas, no como cuando era niña y no sabía contemplarlo y me impacientaba. Antes una calle era sólo una calle, ahora son olores, esquinas, rostros. Supongo que eso significa crecer, algo de reposo nos dejan los años.
En el Sephora enloquecí, como predijo Nebel. Me rizaron las pestañas con el mítico rizador de Shu Uemura, que desde luego no compré (costaba 28 euros y mis pestañas son rubias: el efecto no es tan dramático como para tentarme...) Sí que me dejé tentar por el stand de Stila: compré una sombra llamada Cloud que es todo un básico para vestir los ojos a diario. Cloud significa nube y la sombra tiene ese color, entre gris y blanco, de tormenta. Por la mañana abre la mirada y la deja muy limpia, sin recargar. Mi última compra de Stila fue un nude precioso, tirando a melocotón; y, por supuesto, no salí del Sephora sin mirar los famosos coloretes de Nars: me llevé el Gina, el único tono "ponible" (los demás son muy teatrales): melocotón naranja. Valía 29 euros y mi madre se escandalizó, sin embargo en un restaurante pedían 270 por un plato de caviar, y en Le Bon Marché, 2000 euros por un vestido: ¡París es muy caro! Así acuñé la frase que se convirtió en leit motiv de la semana, "hay cosas más caras que el colorete de Nars". Cada vez que la repetía, ante un nuevo asombro, no podíamos evitar una enorme carcajada.
En Cluny volví a encandilarme ante la penumbra de La Dama del Unicornio y ante los Cristos serenos de piedra azul. El silencio me decía cosas silenciosas pero nuevas, no como cuando era niña y no sabía contemplarlo y me impacientaba. Antes una calle era sólo una calle, ahora son olores, esquinas, rostros. Supongo que eso significa crecer, algo de reposo nos dejan los años.
En el Sephora enloquecí, como predijo Nebel. Me rizaron las pestañas con el mítico rizador de Shu Uemura, que desde luego no compré (costaba 28 euros y mis pestañas son rubias: el efecto no es tan dramático como para tentarme...) Sí que me dejé tentar por el stand de Stila: compré una sombra llamada Cloud que es todo un básico para vestir los ojos a diario. Cloud significa nube y la sombra tiene ese color, entre gris y blanco, de tormenta. Por la mañana abre la mirada y la deja muy limpia, sin recargar. Mi última compra de Stila fue un nude precioso, tirando a melocotón; y, por supuesto, no salí del Sephora sin mirar los famosos coloretes de Nars: me llevé el Gina, el único tono "ponible" (los demás son muy teatrales): melocotón naranja. Valía 29 euros y mi madre se escandalizó, sin embargo en un restaurante pedían 270 por un plato de caviar, y en Le Bon Marché, 2000 euros por un vestido: ¡París es muy caro! Así acuñé la frase que se convirtió en leit motiv de la semana, "hay cosas más caras que el colorete de Nars". Cada vez que la repetía, ante un nuevo asombro, no podíamos evitar una enorme carcajada.
domingo, febrero 17, 2008
Gaviotas sobre el Sena
La isla de San Luis. La torre de Saint Jaques desde lejos, alta y azul. Dibujos medievales en la piedra. El Sena por la tarde: islas y puentes y retales de sol sobre las torres. El vuelo orquestal de las gaviotas.
Palomas que se cuelan por las altas vidrieras y escuchan misa en San Eustace. La Dama del unicornio, roja y dorada, reza también en su carpa de brocado que dice: mi único deseo. Castillos góticos, tumbas de reyes. Y volviendo, mujeres negras y serenas en el metro, con el rorro a cuestas. Merci de votre comprension. Final de trayecto.
Escaparates de Cartier y Chanel. El Léon de Marseille con su menú de mejillones a dieciséis euros: mules, frites a volonté y créme caramél. Tiendas de Mac, de Origins, de L´Occitane, de Shu Uemura. Marionnaud y Sephora.
viernes, febrero 08, 2008
Benedicto XVI, también poeta
Leyendo La sal de la tierra he descubierto que Ratzinger escribió poesía en su adolescencia. Me ha ilusionado saberlo, la verdad. El entrevistador le pregunta "pero, ¿de qué hablaba en sus poemas?", y el entonces cardenal responde:
"Hacía poesía de todo lo que veía, de todo lo cotidiano, poesías dedicadas a la Navidad, a la naturaleza. Simplemente era una señal de que me gustaba exteriorizar mis sentimientos, sobre todo de que me gustaba dar algo de mí mismo a lo demás".
Dar algo de sí mismo a los demás: eso es lo que un poeta hace.
P.S.: Me voy a París, de ahí que os haya plantado esta foto que nada tiene que ver con B16, pero bastante con la poesía... El blog descansa hasta el domingo 17, pero prometo luego una detallada crónica parisina. La foto es del blog de Nebel, una chica del foro Vogue: http://nebel-allure.blogspot.com.
jueves, febrero 07, 2008
Doctores tiene la Iglesia
"Ya soy doctora", le dije a Juan Montero, mi director, al salir de Río Grande. Él se sonrió con los ojos como es su costumbre antes de responderme: "como Santa Teresa". La noche anterior había dormido poco, la noche siguiente dormiría menos aún... El sol de febrero picaba y los nervios me comían la moral.
El traje elegido para la ocasión era un vestido gris oscuro de lana con talle bajo y mangas ranglán comprado en Zara (talla L, ¡milagro!), combinado con tacones sport negros, bolso hippie de piel india trenzada y chaqueta azul noche de Adolfo Domínguez, "el Ferrari de mi armario" me dije de broma al probármelo. Una mezcla de elementos bohemios y pijos que dice mucho de mí.
La voz no me llegaba a los labios, pero comencé a leer la defensa mirando de vez en cuando al tribunal, que imponía (¡eran cinco!) Me di cuenta en seguida que la defensa estaba bien escrita y que "podía hacerlo bien", lo malo es que luego me llegó el turno de callar y comenzaron a hablar ellos. No fue nada horrible, me señalaron una a una las erratas (sí, ésas que con tanto esmero corregí, y que luego un duende emborronó), y un par de cosas un poco más serias desleídas entre alabanzas y sugerencias al estilo de "siga usted por aquí". No se ensañaron conmigo, me trataron muy bien y tras los minutos de rigor en los cuales esperábamos fuera (con el corazón en la boca), me dieron la nota máxima: sobresaliente cum laude por unanimidad.
El público apalaudió, el jurado me besó, todos me felicitaron, el teléfono tronó a lo largo de la tarde, Blanca Merck me regaló una cadena dorada (cobre envejecido), y yo apliqué capas y capas de Carmex sobre mis labios resecos, y luego gloss de Nuxe color chocolate claro, y otra pasada de colorete Mac en el cuarto de baño del restaurante...
Me quedo con la sonrisa de Begoña López Bueno, presidente del tribunal, al decir "hemos decidido por unanimidar otorgarle la máxima calificación". Me quedo con la alegría de mis padres y con las lágrimas de mi abuela, y con la voz orgullosa de de mi amigo Pablo Moreno, de mi amiga Ana diciendo "María que nos lo ha contado lloraba de emoción". Ese cariño intangible, insobornable: palparlo ha sido lo mejor que podía haberme ocurrido en la vida.
El traje elegido para la ocasión era un vestido gris oscuro de lana con talle bajo y mangas ranglán comprado en Zara (talla L, ¡milagro!), combinado con tacones sport negros, bolso hippie de piel india trenzada y chaqueta azul noche de Adolfo Domínguez, "el Ferrari de mi armario" me dije de broma al probármelo. Una mezcla de elementos bohemios y pijos que dice mucho de mí.
La voz no me llegaba a los labios, pero comencé a leer la defensa mirando de vez en cuando al tribunal, que imponía (¡eran cinco!) Me di cuenta en seguida que la defensa estaba bien escrita y que "podía hacerlo bien", lo malo es que luego me llegó el turno de callar y comenzaron a hablar ellos. No fue nada horrible, me señalaron una a una las erratas (sí, ésas que con tanto esmero corregí, y que luego un duende emborronó), y un par de cosas un poco más serias desleídas entre alabanzas y sugerencias al estilo de "siga usted por aquí". No se ensañaron conmigo, me trataron muy bien y tras los minutos de rigor en los cuales esperábamos fuera (con el corazón en la boca), me dieron la nota máxima: sobresaliente cum laude por unanimidad.
El público apalaudió, el jurado me besó, todos me felicitaron, el teléfono tronó a lo largo de la tarde, Blanca Merck me regaló una cadena dorada (cobre envejecido), y yo apliqué capas y capas de Carmex sobre mis labios resecos, y luego gloss de Nuxe color chocolate claro, y otra pasada de colorete Mac en el cuarto de baño del restaurante...
Me quedo con la sonrisa de Begoña López Bueno, presidente del tribunal, al decir "hemos decidido por unanimidar otorgarle la máxima calificación". Me quedo con la alegría de mis padres y con las lágrimas de mi abuela, y con la voz orgullosa de de mi amigo Pablo Moreno, de mi amiga Ana diciendo "María que nos lo ha contado lloraba de emoción". Ese cariño intangible, insobornable: palparlo ha sido lo mejor que podía haberme ocurrido en la vida.